viernes, enero 25, 2013

Thebussem (XXXVIII)

Billete de lotería nacional de 1813, http://www.elmundo.es

El número 1248, otro cuento gaditano de Thebussem (II)

Sacó pues del bolsillo interior del marsellés(1) una abultada cartera, que en su mocedad debió de ser roja y ya era color de chocolate; la abrió con gran calma en medio del mayor silencio; tiró de un papel color de rosa, que se encontraba en la parte más oculta de ella; lo desdobló; apareció el billete; y en aquel momento, como reo que ya en el patíbulo pide indulto, dijo con turbada lengua:


― Este medio billete vale dos duros. ¿Quieres tres, regalados, y no hay negocio?

― ¡Que no…, que no! ―gritaron el Chato y el público―. ¡Trato hecho, trato hecho!

El vendedor entonces, resignado y cariacontecido, dobló el billete por medio; le pasó tres veces las uñas del índice y del pulgar; se llevó el doblez a la lengua; lo humedeció; lo rasgó; dio un gran suspiro; y entregó el documento al comprador diciéndole:

―Ahí llevas un buen billete…; nada menos que el 1248…; repara en que sus números:


el… 1,


el… 2,


el… 4,


y el… 8,

van a la dobla y rezan el mismísimo año que, según dicen, ganamos a los moros la gran Sevilla, tierra de mi alma. Entérate bien, hombre, entérate, y que no se diga nunca que, porque eres chato, no ves más allá de tus narices; en tu vida has comprado un billete en las condiciones del presente; y buen tonto…

El Chato le cortó el sermón entregándole dos duros, y perdonando el precio de todo el vino con que se había remojado el contrato.

(Continuará)


  (1) "Chaquetón de paño burdo, con adornos sobrepuestos de pana o pañete", DRAE.

sábado, enero 19, 2013

Thebussem (XXXVII)


El Ventorrillo del Chato a mediados del siglo XX. Foto tomada de planetagamusino.blogspot.com
El número 1248, otro cuento gaditano de Thebussem


El número 1248(1)

(1894)

A don José Antonio de Balenchana(2)

Hace ya muchos años que pasó el suceso que voy a referirles. En aquel tiempo las cuentas eran por reales; los billetes de lotería, por cuartos; y los viajes entre Cádiz y San Fernando se realizaban en los grandes coches llamados ómnibus, los cuales posaban (sic) media hora en el ventorrillo del Chato para que los pasajeros descansasen, fumasen, charlasen y bebiesen unas cañas de manzanilla a fin de restaurar fuerzas para proseguir aquella caminata de casi tres leguas.

Venía en esta ocasión entre los viajeros el tío Currito Gómez, alias Lotería, hombre como de cincuenta años, gordete, moreno y carirredondo, famoso chalán de caballos,(3) proveedor de caleseros y de plazas de toros, y sujeto estimado y conocido de la gente del bronce(4) por sus marrullerías, su gracia y su rumbo. Dábanle el apodo de Lotería por su pasión al juego; aseguraba con toda formalidad que el premio gordo lo había de obtener alguna vez, por llevar veintidós años de jugador constante y no haberle tocado nunca. Las listas de premios, en opinión de tío Currito, siempre traían, aun cuando su número no constase en ellas, la buena noticia del último renglón, o sea que el siguiente sorteo se verificará el día tantos de tal mes. “Si no ha sido en esta barqueta, será en la que se fleta”, decía para sus adentros, quedándose esperanzado, alegre y satisfecho.

***


Paramos en el ventorrillo y, después de tomar las consabidas cañas y de hablar de la próxima corrida de toros, dijo de repente el Chato, dirigiéndose a Currito:

―¿Tú llevarás jugado a la lotería?

―¡Pues ya lo creo! ¡Y un billete entero y de buen número! Y que va aquí ―dijo tocando su pecho al lado del corazón.

―¿Quieres venderme medio?

A semejante pregunta puso el tío Currito la misma cara que si le hubiesen propuesto la venta de un ojo, de una oreja o de la mitad de las narices.

―¡Cristiano...! ―exclamó―. ¿Estás loco? ¡Vender yo mi suerte! ¡En qué cabeza cabe semejante barbaridad!

***

Vaya una caña y venga otra caña, vaya una súplica y venga otra súplica; y tanto porfió el Chato y tanto insistió el senado de los oyentes, que Currito, alegre ya con el vino, y atortolado, hostigado y mareado por las voces de la opinión pública que votaba por el ventorrillero y que pedía en coro la consumación del contrato, se decidió a vender su suerte.


(Continuará)
(1) Seguimos la edición que aparece en la Tercera ración de artículos, Madrid, Rivadeneyra, 1898.
(2) Miembro de la Sociedad de Bibliófilos Españoles, editó el Libro de jineta y descendencia de los caballos Guzmanes, compuesto por don Luis de Bañuelos y de la Cerda (1877), y el Cancionero general (1882).  
(3) Chalán de caballos. Define el término “chalán” el DRAE de la siguiente manera: “Que trata en compras y ventas, especialmente de caballos u otras bestias, y tiene para ello maña y persuasiva”.
(4) Gente del bronce. “Fig. y fam. Gente alegre y resuelta”, según el DRAE. Gente pendenciera, que particularmente se dedicaba al trato.

viernes, enero 11, 2013

García Ramos en Sevilla


Malvaloca, José García Ramos (1912 ), Museo de Bellas Artes de Sevilla

Exposición de José García Ramos en Sevilla

Al pintor José García Ramos dedicamos algún espacio de este blog recientemente cuando ilustrábamos el relato thebussiano "Cómo se acabó en Medina el Rosario de la Aurora" pues precisamente el tema del desastrado final de estos rosarios sirvió de inspiración al pintor para varias de sus composiciones más notables: una primera, hoy en paradero desconocido,  que debe tratatarse del óleo reproducido por La Ilustración Española y Americana en 1884; otra, firmada en Roma como la anterior, que guarda el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires según el Catálogo de pintura española en Buenos Aires de Ana María Fernández García (Universidad de Oviedo, 1997, p. 81); y una tercera y más cercana a nosotros, la que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Cádiz.

Estos días tenemos la fortuna de contemplar en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, la ciudad en que nació y murió (1852-1912), una muestra que sirve para conmemorar el centenario del fallecimiento del artista, y que se ha realizado (¡son tiempos de crisis!) contando básicamente con los fondos de dicho museo. Quienes somos sus visitantes habituales conocemos bien las escenas representadas en Baile por bulerías (1884), Pareja de baile (h. 1884-1886), que sirve para publicitar la exposición, o ¡Hasta verte, Cristo mío! (1895), obras éstas que reflejan la vertiente más desenfadada y optimista del artista, heredera del costumbrismo tardorromántico del que es innegable paradigma hasta sus últimos días. De hecho, su inacabado óleo Malvaloca presenta el prototipo de la mujer andaluza del momento y fue encargado por los hermanos Álvarez Quintero, máximos exponentes del teatro costumbrista andaluz, en recuerdo del personaje principal de la obra homónima. El óleo colgó en el despacho de los literatos, quienes le dedicaron este soneto, a la vez emocionado homenaje al autor del lienzo:

Vedla, es la encarnación de Andalucía:
En sus ojos, callado, el sentimiento;
En su frente de rosa, el pensamiento,
A quien se rinde de amor la fantasía.

En su boca, libando, la alegría;
La gracia en su apostura y movimiento;
Y derredor, las flores y el aliento
De la tierra bendita de María.

¡Oh prodigio de luz y colores!
¡Quién en tu encanto juvenil advierte
Que naciste entre quejas y dolores;       

Que entre tus flores se escondió la muerte,
Y que la mano que pintó esas flores
Al acabar tus labios quedó inerte...!

 

¿Qué ocurre, Lorenzo?, José García Ramos (1899), Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla

Muy interesante resulta contemplar reunidos bocetos, dibujos e ilustraciones realizados a lo largo de toda su vida: desde las precisas "academias" al carboncillo de modelos masculinos dibujadas durante su estancia en Roma, adonde acudió en compañía de su maestro, José Jiménez Aranda, y se impregnó del gusto por la pintura de Fortuny; a los esbozos de paisajes, de corte realista, elaborados en algunos de sus viajes; o sus trabajos para las revistas Blanco y Negro, La Ilustración Española y Americana o Hispania, que reflejan el modo de vida de la Sevilla de entonces, ciudad en donde compuso las obras de su madurez y para cuyas fiestas de primavera realizó preciosos carteles.  

La exposición, que podrá verse hasta mayo de 2013, se complementa con un cuidado catálogo, García Ramos en la pintura sevillana, cuya consulta nos ha resultado muy útil en esta entrada.
 

domingo, enero 06, 2013

Curiosidades (I)


Portada del álbum

Vida y color

Los Reyes han traído hoy un ratito de nostalgia mientras desempolvaba y abría unas cajas donde guardaba viejos recuerdos: hojear las páginas del álbum Vida y Color, una auténtica enciclopedia ilustrada donde los niños de mi época aprendimos los nombres de los minerales; la clasificación de los diferentes tipos de plantas; nos deleitamos con dibujos de las más extrañas mariposas y peces; vimos los colores de serpientes que sólo nos sonaban de nuestras lecturas; supimos de aves, pájaros y toda clase de animales; admiramos los rostros de indígenas de los cinco continentes; o nos entretuvimos con aquellas estampitas (nosotros no las llamábamos "cromos") que nos enseñaban el funcionamiento de los órganos del cuerpo humano. La documentación que acompañaba cada ilustración era abundante, clara y precisa de manera que resultaba un magnífico complemento a nuestros libros del colegio. Y esto era más interesante, ¡dónde iba a parar...!  


Fue sorprendente contemplar aquel dibujo de la "mujer sara" con sus protuberantes labios, y más aún leer cómo se originaban.  De ella se decía:

Los sara habitan en la zona meridional del Sudán oriental, en la región del Ubangui-Chari, que se halla al oeste del río Chari. Se trata de un pueblo dividido en multitud de pequeñas aldeas diseminadas por la selva, cuyos habitantes se dedican a la agricultura, actividad en la que participan por igual hombres y mujeres, los varones realizando el desbroce y roturación de los campos;  éstas, las ocupaciones de la siembra y la escarda. Su alimento principal es el mijo, con el que elaboran una especie de cerveza que consumen en grandes cantidades. Una de las facetas más interesantes del pueblo sara es su afición por el adorno, que se manifiesta en el empleo de collares de abalorios o de conchas, brazaletes de hierro, pendientes, etc., y, sobre todo, en la utilización de discos de hueso o marfil insertos en los labios. Este sistema de embellecimiento exclusivo de las mujeres produce un desarrollo monstruoso de los músculos labiales y obliga a quien lo ostenta a alimentarse exclusivamente de papilla de mijo, dada la imposibilidad de masticar comidas sólidas.



Hubo que esperar algún tiempo todavía para que los primeros documentales televisivos nos transportaran a aquellos mundos casi fantásticos de que se nos hablaba. Fue una lástima no haber completado el álbum, y lo ha sido más que con el paso del tiempo algunas estampitas, sólo pegadas con clara de huevo por la parte superior para dejar visible el texto que las acompañaba, se hayan perdido. Desde aquí, mi reconocimiento a quienes lo hicieron posible y tanto nos enseñaron.


sábado, enero 05, 2013

Un cuento de Reyes

El cortejo de los Reyes Magos, Benozzo Gozzoli (1459-1461), fresco, Palacio Médici-Riccardi (Florencia)
Los Magos*

Emilia Pardo Bazán

En su viaje, guiados día y noche por el rastro de luz de la estrella, los Magos, a fin de descansar, quisieron detenerse al pie de las murallas de Samaria, que se alzaba sobre una colina, entre bosquetes de olivo y setos de cactos espinosos. Pero un instinto indefinible les movió a cambiar de propósito: la ciudad de Samaria era el punto más peligroso en que podían hacer alto. Acababa de reedificarla Herodes sobre las ruinas que habían hacinado los soldados de Alejandro el macedón siglos antes, y la poblaban colonos romanos que hacía poco trocaron la espada corta por el arado y el bieldo; gente toda a devoción del sanguinario tetrarca y dispuesta a sospechar del extranjero, del caminante, cuando no a despojarle de sus alhajas y viáticos.

Siguieron, pues, la ruta, atravesando los campos sembrados de trigo, evitando la doble hilera de erguidas columnas que señalaban la entrada triunfal de la ciudad, y buscando la sombra de los olivos y las higueras, el oasis de algún manantial argentino. Abrasaba el sol y en las inmediaciones de la villita de Betulia la desnudez del paisaje, la blancura de las rocas, quemaban los ojos.

«Ahí no encontraremos sino pozos y cisternas, y yo quisiera beber agua que brotase a mi vista» -murmuró, revolviendo contra el paladar la seca lengua, el anciano Rey Baltasar, que tenía sedientas las pupilas, más aún que las fauces, y se acordaba de los anchos ríos de su amado país del Irán, de la sabana inmensa del Indo, del fresco y misterioso lago de Bactegán, en cuyas sombrosas márgenes triscan las gacelas.

La llanura, uniforme y monótona, se prolongaba hasta perderse de vista; campos de heno, planicies revestidas de espinos y de malas hierbas, es todo lo que ofrecía la perspectiva del horizonte. En el cielo, de un azul de ultramar, las nubes ensangrentadas del poniente devoraban el resplandor de la estrella, haciéndola invisible. Entonces Melchor, el Rey negro, desciende de su montura, y cruzando sobre el pecho los brazos, arrodillándose sin reparo de manchar de polvo su rica túnica de brocado de plata franjeada de esmeraldas y plumas de pavo real, coge un puñado de arena y lo lleva a los labios, implorando así:

-Poder celeste, no des otra bebida a mi boca, pero no me escondas tu luz. ¡Que la estrella brille de nuevo!

Como una lámpara cuando recibe provisión de aceite, la estrella relumbró y chispeó. Al mismo tiempo, los otros dos Magos exhalaron un grito de alegría: era que se avistaban las blancas mansiones y los grupos de palmeras seculares de En-Ganim. En Palestina ver palmeras es ver la fuente.

Gozosa se dirigió la comitiva al oasis, y al descubrir el agua, al escuchar su refrigerante murmullo, todos descendieron de los camellos y dromedarios y se postraron dando gracias, mientras los animales tendían el cuello y el hocico, venteando los húmedos efluvios de la corriente. Así que bebieron, que colmaron los odres, que se lavaron los pies y el rostro, acamparon y durmieron apaciblemente allí, bajo las palmeras, a la claridad de la estrella, que refulgía apacible en lo alto del cielo.




Al alba dispusiéronse a emprender otra vez la jornada en busca del Niño. La mañana era despejada y radiante. Los rebaños de En-Ganim salían al pastoreo, y las innumerables ovejas blancas, moviéndose en la llanura, parecían ejércitos fantásticos. La proximidad de la comarca donde se asienta Jerusalén se conocía en la mayor feracidad del terreno, en la verdura del tupido musgo, en la copia de hierba y florecillas silvestres, que no había conseguido marchitar el invierno.

Baltasar y Gaspar reflexionaban, al ritmo violento del largo zancajear de sus monturas. Pensaban en aquel Niño, Rey de reyes, a quien un decreto de los astros les mandaba reverenciar y adorar y colmar de presentes y de homenajes. En aquel Niño, sin duda alguna, iba a reflorecer el poderío incontrastable de los monarcas de Judá y de Israel, leones en el combate, gobernantes felicísimos en la paz; y la vasta monarquía, con sus recuerdos de gloria, llenaba la mente de los dos Magos. ¡Qué sabiduría, qué infusa ciencia la de Salomón, aquel que había subyugado a todos sus vecinos desde los faraones egipcios hasta los comerciantes emporios de Tiro y Sidón; el que construyó el templo gigante, con sus mares de bronce, sus candelabros de oro, su terrible y velado tabernáculo, sus bosques de columnas de mármol, jaspe y serpentina, sus incrustaciones de corales, sus chapeados de marfil! ¡Qué magnificencia la del que deslumbró con su recibimiento a la reina de Saba, a Balkis la de los aromas, la que traía consigo los tesoros de Oriente y las rarezas venidas de las tres partes del mundo, recogidas sólo para ella y que ella arrojaba, envueltas en paños de púrpura al pie del trono del rey! Cerrando los ojos, Baltasar y Gaspar veían la escena, contemplaban la sarta de perlas desgranándose, los colmillos de elefante ostentando sus complicadas esculturas, los pebeteros humeando y soltando nubes perfumadas, los monillos jugando, los faisanes y pavos reales haciendo la rueda, los citaristas y arpistas tañendo, y Balkis, envuelta en su larga túnica bordada de turquesas y topacios, protegida del sol por los inmersos abanicos de pluma, adelantándose con los brazos abiertos para recibir en ellos a Salomón... No podían dudarlo. El Niño a quien iban a adorar sería con el tiempo otro Salomón, más grande, más fuerte, más opulento, más docto que el antiguo. Sometería a todas las naciones; ceñiría la corona del universo, y bajo su solio, salpicado de diamantes, se postraría la opresora ciudad del Lacio. Sí, la ávida loba romana lamería, domada, los pies de aquel Niño prodigioso...

Mientras rumiaban tales ideas, la estrella desaparecía, extinguiéndose. Encontráronse perdidos, sin guía, en la dilatada llanura. Miraron en torno, y con sorpresa advirtieron que se había separado de ellos Melchor. Una niebla densa y sombría, alzándose de los pantanos y esteros, les había engañado y extraviado, de fijo. Turbados y tristes, probaron a orientarse; pero la costumbre de seguir a la estrella y el desconocimiento completo de aquel país que cruzaban eran insuperables obstáculos para que lograsen su intento. Ocurrióseles buscar una guía, y clamaron en el desierto, porque a nadie veían ni se vislumbraba rastro de habitación humana. Por fin, aparecióse un pastor muy joven, vestido de lana azul, sujeto a la frente el ropaje con un rollo de lino blanco. Y al escuchar que los viajeros iban en busca del Niño Rey, el rústico sonrió alegremente y se ofreció a conducirlos:

-Yo le adoré la noche en que nació -dijo transportado.

-Pues llévanos a su palacio y te recompensaremos.

-¡A su palacio! El Niño está en una cuevecilla donde solemos recoger el ganado cuando hace mal tiempo.

-Qué, ¿no tiene palacio? ¿No tiene guardias?

-Una mula y un buey le calientan con su aliento... -respondió el pastor-. Su Madre y su Padre, el Carpintero Josef de Nazaret, le cuidan y le velan amorosos...

Gaspar y Baltasar trocaron una mirada que descubría confusión, asombro y recelo. El pastor debía de equivocarse; no era posible que tan gran Rey hubiese nacido así, en la miseria, en el abandono. ¿Qué harían? ¿Si pidiesen consejo a Melchor? Pero Melchor, envuelto en la niebla, caminaba con paso firme; la estrella no se había oscurecido para él. Hallábase ya a gran distancia, cuando por fin oyó las voces, los gritos de sus compañeros:

-¡Eh, eh, Melchor! ¡Aguárdanos!

El Mago de negra piel se detuvo y clamó a su vez:

-Estoy aquí, estoy aquí...

Al juntarse por último la caravana, Melchor divisó al pastorcillo y supo las noticias que daba del Niño Rey.

-Este pobre zagal nos engaña o se engaña -exclamó Gaspar enojado-. Dice que nos guiará a un establo ruinoso, y que allí veremos al Hijo de un carpintero de Nazaret. ¿Qué piensas, Melchor? El sapientísimo Baltasar teme que aquí corramos grave peligro, pues no conocemos el terreno, y si nos aventuramos a preguntar infundiremos sospechas, seremos presos y acaso nos recluya Herodes en sus calabozos subterráneos. La estrella ya no brilla y nuestro corazón desmaya.

Melchor guardó silencio. Para él no se había ocultado la estrella ni un segundo. Al contrario, su luz se hacía más fulgente a medida que adelantaban, que se aproximaban al establo. Y en su imaginación, Melchor lo veía: una cueva abierta en la caliza, un pesebre mullido con paja y heno, una mujer joven y celestialmente bella agasajando a un Niño tiernecito, que tiembla de frío; un Niño humilde, rosado, blanco, que bendice, que no llora. Lo singular es que la cueva, en vez de estar oscura, se halla inundada de luz, y que una música inefable apenas perceptible, idealmente delicada y melodiosa resuena en sus ámbitos. La cueva parece que es toda ella claridad y armonía. Melchor oye extasiado; se baña, se sumerge en la deliciosa música y en los resplandores de oro que llenan la caverna y cercan al Niño.

- ¿No oyes, Melchor? Te preguntamos si debemos continuar el viaje... o volvernos a nuestra patria, por no ser encarcelados y oprimidos aquí.

-Y vosotros, ¿no oís la música? -repite Melchor, por cuyas mejillas de ébano resbalan gotas de dulce llanto.

-Nada oímos, nada vemos... -responden los dos Magos, afligidos.

-Orad, y veréis... Orad, y oiréis... Orad, y Dios se revelará a vosotros.

Magos y séquito echan pie a tierra, extienden los tapices, y de pie sobre ellos, vuelta la cara al Oriente, elevan su plegaria. Y la estrella, poco a poco, como una mirada de moribundo que se reanima al aproximarse al lecho un ser querido, va encendiéndose, destellando, hasta iluminar completamente el sendero, que se alarga y penetra en la montaña, en dirección de Belén.

La niebla se disipa; el paisaje es risueño, pastoril, fresco, florido, a pesar de la estación; claros arroyillos surcan la tierra, y resuena, como en mayo, el gorjeo de las aves, que acompaña el tilinteo de la esquila y el cántico de los pastores, recostados bajo los terebintos y los cedros, siempre verdes. Los Magos, terminada su plegaria, emprenden el camino llenos de esperanza y de seguridad. Una cohorte de soldados a caballo se cruza con la caravana: es un destacamento romano, arrogante y belicoso; el sol saca chispas de sus corazas y yelmos; ondean las crines, flotan las banderolas, los cascos de los caballos hieren el suelo con provocativa furia. Los Magos se detienen, temerosos. Pero el destacamento pasa a su lado y no da muestras de notar su presencia. Ni pestañean, ni vuelven la cabeza, ni advierten nada.

-Van ciegos -exclama Melchor.

Y los Magos aprietan el paso, mientras se aleja la cohorte.

* Este cuento apareció publicado por primera vez el 10 de enero e 1898 en la revista La Ilustración Artística (nº 837, p. 26). En la página 29 de ese mismo número aparecía reproducido el dibujo del ilustrador y pintor modernista Josep Triadó i Mayol (Barcelona, 1870-1929) que incorporamos a nuestra entrada. 

miércoles, enero 02, 2013

Thebussem (XXXVI)


Cabecera del escrito en Tercera ración de artículos

Tarjeteo pascual (y III)

Yo trato (y supongo que Vm. también tratará) a gentes que tienen el inocente vicio de pregonar sus conocimientos y amistades con personas de cuenta. Del Duque Tal, asegura uno de estos prójimos que no lo trata, pero que es íntimo amigo de su cuñado Perico Tal; del Marqués de Cual, resulta (aun cuando no lo conoce) hasta pariente, por ser sobrino político de su prima Juanita Ponce; con el Ministro Fulano tiene bonísimas relaciones desde que intimaron hace tres años en un viaje desde Madrid a Aranjuez; con el senador Mengano estuvo dos días en los baños de Carratraca;(1) con el poeta Zutano comió cierta vez en la mesa redonda del Hotel París,(2) etc., etc., etc.

Fundándose en estas relaciones, que pudiéramos llamar de milímetro, entre los centenares de tarjetas que reciben las notabilidades políticas, literarias y aristocráticas, se cuentan las de los pobres diablos a quienes aludo. Claro es que el secretario que abre y despacha semejante correspondencia, contesta en el acto a la cortesía de todos estos Juanes Fernández, los cuales se muestran luego ufanos y vanagloriosos con poner en la tanda de su bandeja de tarjetas las que llevan los nombres de casi todos los DUQUES, CONDES, MARQUESES, POETAS, BANQUEROS, SENADORES y MINISTROS a quienes han felicitado.

Lejos de mi ánimo vituperar semejante conducta. Pero como hay diferentes opiniones y diferentes gustos, yo no mando tarjetas de Pascua a mis amigos, porque ellos saben que siempre se las deseo venturosas y felices. Tampoco se las envío a mis conocidos, porque a ellos debe importarles un bledo que me acuerde o no me acuerde de sus personas. Esto no impide que agradezca y conteste en el acto a cuantas felicitaciones recibo. Para decirlo en pocas palabras, si no soy abad que canta, soy sacristán que responde. El Dominus vobiscum que llegue a mis oídos tiene de seguida su et cum spiritu tuo si recuerdo el domicilio del oficiante, o su requiescat in pace cuando no lo recuerdo.

Y como reconozco que con tal sistema llegaría a extinguirse la costumbre porque nadie tomaría la iniciativa, entiendo que ni los aficionados ni el público deben imitarlo, pues en resumidas cuentas lejos de causar perjuicios, el tarjeteo produce, además de sus ventajas morales, provecho material

A LOS FABRICANTES DE PAPEL Y DE SOBRES,

A LOS LITÓGRAFOS

y A LA RENTA DE CORREOS.

Es cuanto sabe y puede decir a Vm. sobre el tema consultado su amigo y servidor, q. l. b. l. m. y que (por excepción) le felicita en las próximas Pascuas.

El Doctor Thebussem.


Medina Sidonia


(1) El célebre balneario malagueño mandado construir por Fernando VII e inaugurado en 1855, que acogió a gran parte de las personalidades del momento.
(2) Situado en la Puerta del Sol de Madrid, fue el hotel más lujoso de la ciudad. En sus bajos, esquina a la calle Alcalá, estaba el Café de la Montaña. Sobre su azotea se colocó ya en el siglo XX el luminoso que publicitaba la marca de fino jerezano Tío Pepe.
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