jueves, noviembre 15, 2012

Thebussem (XXX)



Una escena galante, Antonio Gisbert (h. 1873), Museo de Bellas Artes Gravina (Alicante)

Cómo se acabó en Medina el Rosario de la Aurora,
por el Doctor Thebussem (VII)

Al medio año de todos estos sucesos corrían las amonestaciones de Alonso de Beas Montero con doña María Picazo. El Tío Frasquito se hallaba contento del matrimonio, porque le tenía más cuenta meter en casa una pluma que una espada. Doña María, satisfecha con su futuro esposo y rebosando felicidad, arreglaba galas y joyas para la boda. En el novio se notaban, por el contrario, síntomas de inquietud y de tristeza, crecientes a medida que se acercaba el día de las bendiciones nupciales. Una noche, obligado ya por su prometida, le dijo estas palabras:

―Cierto, amada doña María, que hay una amargura en mi corazón; ciertísimo que mi conciencia no está tranquila; escuchad y aconsejadme, que juro obedeceros.

―Hablad, Alonso, hablad ―dijo doña María llena de terror.

Lo que el escribano, pálido como la muerte, decía al oído de su novia era imposible que lo pudiera escuchar más que ella sola. La cara de doña María iba revelando las impresiones que le causaban las palabras de Alonso: primero, sorpresa y asombro; luego, curiosidad; después..., sonora carcajada; y, por último, una seriedad triste y cariñosa, con la cual le dijo:

―Alonso mío, ¡cuán bueno y honrado sois! Yo os perdono, pero creo que es preciso que también os perdone Dios. Mi consejo es que contéis vuestras culpas a fray Pedro del Carmen.

El dicho religioso, al escuchar al penitente, quedó pasmado y atónito. ―¡Válganos Dios! ¡Válganos Dios y su Santa Madre! ―repetía el buen fray Pedro, llevándose las manos a la cabeza. ―¡Miserias humanas, flaquezas de la criatura...!

Finalmente, Alonso recibió la absolución del cielo, y salió de la humilde celda del confesor derramando lágrimas de satisfacción y de alegría.


La boda, José Villegas Cordero (1875), Colección particular
Las bodas fueron suntuosas, y el Tío Frasquito echó la casa por la ventana. Doña María dio libertad a la más antigua de sus esclavas, y regaló cuatrocientos ducados a Pedro Laurenciano, para que lograse su vehemente deseo de marchar a las Indias en busca de fortuna.

¿Y quién era Pedro Laurenciano?

(Continuará)
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