lunes, octubre 29, 2012

Thebussem (XXVII)


Taller de bordadoras, Gonzalo Bilbao (1910), Museo de Bellas Artes de Sevilla


Cómo se acabó en Medina el Rosario de la Aurora,
por el Doctor Thebussem (IV)


Este era el prólogo o embrión en que se hallaban los amores de Alonso y doña María, cuando llegó a Medina el corregidor Hernando Osorio de Cabrera, a quien ya conocemos. Fue visitado y agasajado espléndidamente por el Tío Frasquito y, según parece, no desagradaron al juez ni la frescura de doña María, ni los buenos doblones que debían importar las yuntas, cosechas, rebaños y cortijos de aquella única heredera. Toda la timidez y cortedad de Alonso de Beas, eran valor y osadía en el noble Osorio de Cabrera. La pobre muchacha se hallaba contenta y medrosa, halagada y humillada, triste y alegre. Bullían en su corazón y en su mente la posición de corregidora, su vida en la corte, su trato con ilustres damas, y todas las grandezas que echaba por su boca el farfantón del corregidor, y que la ignorante doncella tomaba por palabras del Evangelio. Entonces conoció ella por primera vez de su vida su pequeñez, su falta de educación y hasta su pobreza, cuando le hablaron de carrozas, pajes, dueñas, joyas y vajillas de plata. El instinto, sobreponiéndose a la vanidad del sexo, le decía que pudiera ser más feliz bajándose hasta Alonso de Beas, que elevándose hasta el magnífico licenciado Osorio. Ella prefería ser dominada por la humildad del primero más bien que por el poderío y arrogancia del segundo.

La lucha entre el escribano y el corregidor era tan imposible y absurda como la de la paloma con el águila, o la de la nuez con el martillo. Alonso de Beas aborrecía a Osorio, y deseaba que se marchase a otro corregimiento; pero la única guerra posible era la que le hacía con la intención y con el deseo. En aquellos días comenzó a circular el rumor de que Osorio de Cabrera tenía concertado su matrimonio en Huelva; pero nadie pudo saber ni la certidumbre ni el origen de la noticia, que sin duda nació para que llegase, como en efecto llegó, a oídos de doña María, la cual derramó algunas lágrimas de ira y despecho sobre el estandarte de tabí(1) morado que, con destino a la cofradía de las Ánimas, llevaba muchos meses de bordar con hilillo de oro y lentejuelas. El Tío Frasquito costeó la pértiga y cruz de plata de tan vistoso trofeo.
 

El sábado primero de octubre de 1639, víspera de Nuestra Señora del Rosario, hubo toros, hogueras y cohetes, dispuestos por los cofrades en celebridad de la fiesta de la Virgen. El señor corregidor acababa de ser recibido como hermano y, según acuerdo de la Junta, sería el primero en llevar el nuevo estandarte, que se hallaba de manifiesto, cautivando la atención del pueblo por su lujo, belleza, esplendor y bordados. Deferencia señalada era la de estrenar la insignia, a la cual el vicario había dado su bendición, según el ritual de la iglesia católica. Así pagaba la hermandad el honor de contar al noble corregidor entre sus miembros, y asimismo éste daba una prueba de respetuosa y amante deferencia a la dama que había labrado aquel primoroso emblema, hermanado el afecto sagrado con el profano, y cubriendo que digamos, lo temporal con lo eterno.

Doña María se hallaba, según sabemos, herida en su vanidad y en su orgullo con la noticia del casamiento de Huelva. Cuando el corregidor le manifestó la honra que él recibiría en la próxima noche al estrenar el pendón bordado por ella, se limitó a contestarle:

―Vuestra merced, señor mío, se merece cosa más noble y de más riqueza; sentiré que la cortesanía que conmigo usa pueda causarle molestia y pesadumbre.

―Nada vuestro puede causármela ―replicó el corregidor― ni juzguéis, señora mía, de tan poco esfuerzo a mis brazos que pueda abrumarlos una carga que tanta merced les hace.

―Así sea, y la Virgen proteja a vuestra merced ―respondió doña María con sequedad y desapego.

(Continuará)

(1) "Tela antigua de seda, con labores ondeadas y que forman aguas", DRAE.

viernes, octubre 26, 2012

Thebussem (XXVI)


¿Quién engañará a quién?, José Jiménez Aranda (1890), Colección particular (Madrid)

Cómo se acabó en Medina el Rosario de la Aurora,
por el Doctor Thebussem (III)


Seis u ocho meses llevaba de permanencia en Medina, con nombramiento de escribano público, Alonso de Beas Montero, y este mozo, más rico de imaginación que de bienes de fortuna, creyó que los mejores instrumentos que podía archivar en su protocolo eran el cuerpo y la dote de doña María Picazo. Si nos fijamos en que, por aquellos tiempos, el escribano carecía del tratamiento de “Don”, y en que su cargo era incompatible con la nobleza; si atendemos a la creencia general de que ninguno podía irse a la gloria; a la necesidad que tenían las leyes de advertir que su oficio “era honrado”; a los sarcasmos y burlas que les lanzan los escritores y poetas de todas las épocas; al recibimiento burlesco que, aun en nuestros días, suele tener el cartulario cuando el autor dramático lo saca a la escena, casi siempre con un corte ridículo; y a las palabras que se escapan de la pluma de un afamadísimo jurista moderno, que no sabe el porqué de la “sombra que cubre de tal manera esta profesión, que no le permite aparecer con aquel brillo que debe tener por su alta trascendencia”; si nos paramos, repito, en estos antecedentes, se comprenderá con facilidad la escasa consideración social de que disfrutaban los antiguos notarios, y el motivo de que la clase tomara justa venganza de tales agravios, devolviéndolos con usura a la sociedad, y justificando el amargo dicho de Larra de que Dios crió al escribano para tormento de todo el mundo.(1) Si se meditan y consideran todas estas circunstancias, y nos trasladamos con el entendimiento a la estrecha sociedad de un pueblo en el siglo XVII, comprenderemos que la idea de la conquista de México fue miel y manteca si se compara con el proyecto que abrigaba Alonso de Beas de enamorar y conseguir la mano de la rica hembra, y, aunque nueva, encopetada hidalga, doña María Picazo.

El pretendiente comenzó su campaña fortificándose en la iglesia, baluarte en aquellos días más fuerte y seguro para todo linaje de pretensiones que el que ofrece la miserable y chabacana política de nuestros tiempos. El buen escribano iba a la misma misa que su dama; se hizo cofrade de la Hermandad de las Ánimas Benditas, y tomó por confesor a fray Pedro del Carmen, de la Orden de San Agustín, que era el director espiritual de doña María. Este excelente religioso, a quien anunció su proyecto, manifestó que no haría oposición alguna si la doncella y su padre se hallaban conformes en que llegaran a celebrarse aquellas bodas.

La cofradía de las Ánimas Benditas, cuyo prioste era el Tío Frasquito Picazo, se hallaba establecida en la ermita de Santa Catalina,(2) y contaba entre sus miembros muchos curiales y gente principal de la población. En las madrugadas de los días festivos cantaban el Rosario por las calles y asistían, antes de retirarse, a la misa del alba. Siempre que Alonso de Beas llevaba la voz, daba la casualidad de que delante de las anchas ventanas de la casa de Picazo tocase decir las palabras de “Dios te salve, María, llena eres de gracia..., bendita tú entre todas las mujeres...” Tal coincidencia, y el pasar diariamente por la calle de la rica hembra, enteraron a ésta con rapidez de cuáles podían ser los pensamientos de aquel galán de la fe pública. Aun cuando, si a la dama le hubiera sido lícito escoger, hubiera preferido la espada a la pluma, y el mayorazgo o caballero de hábito al procurador o al escribano, parece que no le desagradó ni la figura, ni la humildad, ni el comedimiento de aquel mancebo, que en nada la ofendía con su platónico y respetuoso amor.

(Continuará)

(1) "Así como el portador de la candela era siempre muchacho y nunca envejecía, así la trapera no es nunca joven: nace vieja; éstos son los dos oficios extremos de la vida, y como la Providencia, justa, destinó a la mortificación de todo bicho otro bicho en la naturaleza, como crió el sacre para daño de la paloma, la araña para tormento de la mosca, la mosca para el caballo, la mujer para el hombre y el escribano para todo el mundo, así crió en sus altos juicios a la trapera para el perro. Estas dos especies se aborrecen, se persiguen, se ladran, se enganchan y se venden". Mariano José de Larra, "Modos de vivir que no dan de vivir. Oficios menudos", 29 de junio de 1835.
(2) Francisco Martínez y Delgado en su Historia de la ciudad de Medina Sidonia (Cádiz, Imprenta de la Revista Médica, 1875, p. 241) refiere que la congregación de Ánimas Benditas y Santo Cristo de la Providencia erigida en la ermita de Santa Catalina cesó en sus funciones en 1784 a raíz de la prohibición de los rosarios nocturnos por parte del obispo de Cádiz.

lunes, octubre 22, 2012

Thebussem (XXV)


El Rosario, José Gallegos y Arnosa, Colección particular (Madrid)

Cómo se acabó en Medina el Rosario de la Aurora,
por el Doctor Thebussem (II)

En la época a que nos referimos se hallaba la hidalguía en todo su vigor y pujanza, de modo que pertenecer al estado llano era poco menos que ser un paria. La nobleza requiere, del mismo modo que los jamones y el vino, si no es mala comparación, tiempo que le dé sabor, aroma, mérito y prestigio. Los caballeros antiguos no miraban con buenos ojos al novel caballero. Por esta causa, el ricacho labrador medinés don Francisco Picazo, cuya ejecutoria obtenida en la Chancillería de Granada se remontaba a seis años de fecha, era tenido en el más soberano desprecio por los antiguos y linajudos hidalgos que ostentaban noblesse bourgeoise desde el tiempo de sus abuelos. No hay que decir que el Tío Frasquito Picazo, como en el pueblo le llamaban, era listo, vividor e inteligente en sus negocios. Si algún envidioso lo calificaba de bruto, animal o pechero, él decía para su capote la idea que encierran los modernos versos de

No me ocurre el pensamiento
De tenerme por borrico,
Que quien supo hacerse rico
Tiene sobrado talento.(1)

Y como ciertamente su caletre era mayor que el de sus convecinos, y conocía la utilidad de ser amigo del corregidor, resultaba que las cosas rodaban siempre de modo que el Tío Frasquito, ya por lo afable de su carácter, ya por los regalos de pollos, pavos, frutas, dulces, jamones y garbanzos, o de buenos doblones de oro, siempre se hallaba bien relacionado con el árbitro de la justicia, y por consecuencia sus ganados disfrutaban las mejores dehesas, le asistía la razón en todos sus pleitos, y dispensaba por su influencia cierta clase de pequeños favores. En fin, el Tío Frasquito era un cacique con muchísima gramática parda, sabiendo como nadie arrimar el ascua a su sardina y donde le apretaba el zapato. Sin haber leído al bachiller Francisco de la Torre, conocía de sobra que

Porque en la tela del juicio
Venga el corte a tu medida,
Más vale un dedo de juez
Que una vara de justicia.(2)

Doña María Picazo, hija única del Tío Frasquito, era el tipo vulgar de una buena moza andaluza. Morena, gruesa, fresca, rebosando salud y con ojos y cabellos negros como el azabache, realzaba su hermosura con buenas saboyanas(3) y ropas colchadas de tafetán leonado, o vistosos corpiños y basquiñas(4) de seda con pasamanería de oro. Aun cuando, según la ejecutoria, no tenía sangre de moros ni de judíos, nadie hubiera podido representar como ella, en cualquier teatro del mundo, el papel de robusta esclava comprada en Berbería. La voz, la pronunciación, los movimientos, todo respiraba en ella, más que sangre goda de color azul, sangre árabe de la más colorada y plebeya. Pero como tales circunstancias concurrían en muchas damas andaluzas, claro es que pasaban inadvertidas para un público en el cual debían existir muy pocos aficionados a los estudios antropológicos. La educación de doña María era muy limitada. Sabía leer letras de molde y hacer de memoria cuentas de cantidades que no pasasen de tres guarismos. En cuanto a escribir, el Tío Frasquito opinaba que era, no solamente inútil sino hasta perjudicial en las mujeres, y por lo tanto su hija no era capaz de trazar un palote. En cambio, podía recibirse de doctora en materias de rueca, aguja y cocina, y en cuanto tocaba al orden, concierto y economía de la casa.

Con toda su riqueza, su mérito y su virtud, era difícil que doña María lograse un buen novio. Para los hidalgos era demasiado baja, y para los pecheros demasiado alta semejante dama.

(Continuará)
Joven dama con mantilla y basquiña, Francisco de Goya (h. 1800-1805), National Gallery of Art (Washington)
(1) Estos versos están puestos en boca de don Fabricio en la escena III de la comedia en un solo acto de Manuel Bretón de los Herreros Mi secretario y yo, estrenada en 1841.
(2) Los versos aparecen atribuidos al poeta tortosano Francisco de la Torre y Sevil (1625-1681) en el Museo epigramático o colección de los más festivos epigramas y otras composiciones análogas escogidos de nuestros poetas antiuos y modernos, editado por Amancio Peratoner, seudónimo de Gerardo Blanco (Barcelona, Librería Popular, 1864).
(3) Especie de basquiña abierta por delante.
(4) Falda usada por las damas españolas entre los siglos XVI y XIX. Solía ser de color negro y  emplearse en ceremonias solemnes.

miércoles, octubre 17, 2012

Thebussem (XXIV)


El Rosario de la Aurora, José García Ramos, Museo de Bellas Artes de Cádiz

Cómo se acabó en Medina el Rosario de la Aurora,
por el Doctor Thebussem (I)

Presentamos a continuación una edición brevemente anotada del conocido escrito de Mariano Pardo de Figueroa sobre unos sucesos que, pretendidamente, ocurrieron en Medina Sidonia en octubre de 1639 y que pudieron dar lugar a la frase proverbial que en Andalucía se emplea cuando algún acontecimiento termina de manera inesperadamente alborotada y no sin pendencia. No es ahora momento de ofrecer una investigación rematada sobre tales hechos, ni siquiera de determinar si fueron éstos, u otros acontecidos en rosarios matutinos de Sevilla o de la población gaditana de Espera, ya por rivalidades de cofrades ya por reyertas con gente noctámbula, los que dieron lugar a la célebre frase. Sólo pretendemos poner al alcance del público asidonense más joven, y de los interesados en una literatura a la que a veces resulta difícil acceder, un relato lleno de gracejo y erudición, notas que siempre caracterizaron a nuestro querido Doctor. Tomamos como punto de partida el texto publicado en 1890 en la revista barcelonesa La Ilustración Hispano-americana, dirigida por Luis Tasso Serra, luego reeditado por el propio autor, con ligeras variantes, en su libro Un triste capeo (Madrid, Rivadeneyra, 1892).(1)

Cabecera de la reedición en Un triste capeo

Y terminó, gran señora,
esta cena peregrina,
como se acabó en Medina
el Rosario de la Aurora

                           Gerardo de la Cruz


Hace tiempo que deseaba averiguar las verdaderas causas del desastroso final que, según la tradición, tuvo en Medina Sidonia el Rosario de la Aurora. El motivo, los antecedentes y las razones que originaron el trágico suceso debían hallarse en algún archivo secreto: como el tema no era prehistórico, dicha se está la gran dificultad de su resolución.

Uno de aquellos catarriberas que tan saladamente nos pintó el doctor Eugenio de Salazar(2) parece que fue el causante y origen del célebre acontecimiento medinés. Era natural que las pobres gentes que tantas amarguras y tormentos pasaban para alcanzar la vara de corregidor tratasen de borrar sus antiguas penas cuando llegaban a la ínsula de que eran, no reyezuelos, sino emperadores y autócratas hechos y derechos. Si hoy mismo, con tanta libertad, tanta garantía, tanto derecho, tanto periódico, tanta constitución y tanto lazo entre gobernantes y gobernados por medio de la turbamulta de procuradores en Cortes, algunos golillas de los pueblos suelen amoldar los pleitos civiles y criminales más bien a sus propios afectos que a los afectos de la justicia y de la ley, ¿qué pasaría en el siglo XVII, en que no se contaba ni aun con el triste derecho de quejarse en letras de molde? Pasaban tales escenas que para ser completamente feliz se necesitaban tres mil ducados de renta y ser amigo del corregidor.

Misteriosas eran las utilidades y provechos de los corregimientos, pero se calcula su importancia por la respuesta del que, apremiado por un majadero para que le confesase cuánto producía la vara cada año, contestó: “Sepa usted que la vara, bien manejada, da todo cuanto se quiera que dé”. Esta habilidad del manejo se reducía a salir airoso del juicio de residencia,(3) y claro es que ni en la historia de los corregidores de antaño ni hogaño se registra la de ninguno tan bruto que por medio de escritura pública hubiese dicho que recibió cien ducados de Fulano por fallarle a su favor, y contra toda justicia, el pleito que sostenía con Mengano.

Allá por estos tiempos y año 1639, vino de corregidor a Medina Sidonia el licenciado Hernando Osorio de Cabrera.(4) Era un mozo alto, gordo, rubio, de mucho coramvobis(5) y de pocas y sentenciosas palabras. Según costumbre, recibía pero no pagaba las visitas de los hidalgos y gente principal; y según costumbre también, le acompañaban siempre dos alguaciles: uno delante, descubierto, que avisaba la llegada del corregidor para que el público lo saludase, y otro detrás, sirviéndole de paje o de lacayo.

Osorio de Cabrera trataba de probar de un modo indirecto que era una persona de campanillas. Hablaba con frecuencia de sus tierras y viñedos de Castilla, de su amistad y parentesco con su señor primo el noveno duque de Medina Sidonia, don Gaspar Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, y hasta vociferaba el sacrificio que hacía en obsequio de tan ilustre deudo con haber venido a servir el corregimiento de Medina. Como todas estas cosas eran fáciles de creer y casi imposibles de averiguar, juzgó el pueblo que se hallaba en su seno un príncipe opulento disfrazado de golilla, que había tenido el antojo de venir a disfrutar el apacible clima de Andalucía; y aun cuando opinaban algunos que servir el corregimiento de un pueblo demostraba no tener mil ducados en otra parte, nadie escuchó ni dio crédito a los alambicados juicios de tales incrédulos y maldicientes.

(Continuará)

(1) En la segunda edición, el relato aparece dedicado a Francisco María Montero, el autor de la Historia de Gibraltar y su campo (1860). Probablemente la redondilla que encabeza la primera edición sea de la pluma del propio Thebussem.
(2) Se refiere a la Carta de los catarriberas del magistrado y poeta Eugenio de Salazar (Madrid, 1530 - Valladolid, 1602), dedicada a Juan Hurtado de Mendoza, en la que se describe ingeniosa y jocosamente la vida en la corte toledana a la llegada de Felipe II, en la que muchos incapaces rivalizaban por encontrar oficio. 
(3) El juicio de residencia era un procedimiento judicial por el que el funcionario público, al acabar el desempeño de su cargo, rendía cuenta de sus actuaciones una vez oídos los cargos que hubiese en su contra. No le estaba permitido abandonar el lugar en que había ejercido hasta quedar concluido el proceso.
(4) Durante el Antiguo Régimen los corregidores de Medina fueron nombrados por los duques de Medina Sidonia, residentes en Sanlúcar de Barrameda. Entre las funciones del corregidor se encontraban velar por el desarrollo económico del municipio y por su correcta administración, presidir el ayuntamiento y validar sus decisiones, ser juez de primera instancia... Fernando Osorio de Cabrera fue corregidor de Medina Sidonia entre 1638 y 1639.
(5) La expresión latina coram vobis ("ante vosotros") fue empleada, uniendo sus dos miembros en un solo vocablo, por los autores del Siglo de Oro con el sentido de "presencia grave y autorizada de una persona". Irónicamente también hizo referencia al vientre grueso de muchos eclesiásticos (V. J. Herrero Llorente. Diccionario de frases y expresiones latinas).

lunes, octubre 08, 2012

Otoño (II)

Rosas para Leandro, Carmen Laffón (1999)


"Rosa de otoño", de Leopoldo Lugones 
Abandonada al lánguido embeleso
que alarga la otoñal melancolía,
tiembla la última rosa que por eso
es más hermosa, cuanto más tardía.
Tiembla..., un pétalo cae..., y en la leve
imperfección que su belleza trunca,
se malogra algo de íntimo que debe
llegar acaso y que no llega nunca.
La flor, a cada pétalo caído,
como si lo llorara, se doblega
bajo el fatal rigor que no ha debido
llegar jamás, pero que siempre llega.
Y en una blanda lentitud, dichosa
con la honda calma que la tarde vierte,
pasa el deshojamiento de la rosa
por las manos tranquilas de la muerte.

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