sábado, mayo 12, 2012

Thebussem (XVII)

Cabecera del artículo en Blanco y Negro
“Según y conforme”

El 7 de febrero de 1892, el domingo siguiente a la aparición de “Con dos dedos” (véase nuestra anterior entrada), Blanco y Negro publicaba un artículo dirigido al Doctor Thebussem en respuesta a su escrito. Aparecía firmado por el articulista ALDHARA, quien se confesaba “admirador” del asidonense pero que no dudaba en hacerle ver la equivocación de algunas de sus reflexiones (hasta entendía que podían ser fruto de una broma, a las que era tan dado Mariano Pardo) no hurtando expresiones que incluso podían entenderse como una crítica más personal: “Usted, enfant gâté de la buena sociedad…”; “entre tanta dama linajuda, tanto estirado diplomático como usted ha visto comer, ¿no ha encontrado incorrecciones… que tachar?”; “usted, docto Doctor, que halla fácil solución a todos los problemas…”

ALDHARA proponía que las aceitunas se tomaran con los dedos o con el tenedor dependiendo de las circunstancias; que se permitiera, al menos a los comedores de carne, llevar el cuchillo a la boca; que se emplearan tenedor y cuchillo, mejor que los dedos, para comer los espárragos de Aranjuez… En cualquier caso, que se obrara en el comer atendiendo a cada situación particular. El escrito no tiene desperdicio.

Con el deleite que me produce siempre la lectura de cada artículo de los que nos regala su galana pluma, he saboreado el que titula “Con dos dedos”, publicado en el número anterior de esta revista, queriendo investigar si la forma humorística, al par que docta, encierra un consejo, o si ha vestido usted una guasa de las que se gastan en esa bendita tierra de Dios y de María Santísima, con el rico manto de su vastísima erudición y castizo estilo.

¡Cómo, Doctor! ¿Con dos dedos? Eso es según el caso, y aun la casa. Una dama elegante como la que presenta el distinguido dibujante encargado de ilustrar el artículo que usted firma, no puede desvirtuar el perfume de que sus dedos están impregnados con el olor del aliño de tan sabroso fruto. Por eso, sin duda, se desterró la rancia costumbre de que los invitados obsequiaran a la señora de la casa con una oliva que le presentaban en las puntas de su tenedor y que era difícil aceptar sino con los dedos. Y también, sin duda, para evitar éste y otros inconvenientes, no se ponen los entremeses en la mesa que rodean numerosos convidados. Los pasan los sirvientes, en una bandeja, siempre de plata, y en primorosos platillos colocados: van entre ellos las aceitunas… ¿Quién se atrevería a sacarlas de aquel elegante nido con los dedos, ante la vista de los criados, que las tomarán por ese procedimiento en la cocina? Y, sin embargo, Doctor, entre horas, cuando es un capricho, una gourmanderie, esa misma encopetada señora las coge con dos dedos y se los limpia en su diminuto pañuelo.

Por este y otros ejemplos dije a usted que según el caso; y sin que sea mi ánimo discutir con usted, le diré que no estoy conforme en lo de que no se pueda, en ningún caso, llevar el cuchillo a la boca. ¿Condena usted a eterna zurdería a los que comen carnes solamente?

Usted, Doctor, es de los más autorizados para tratar esta cuestión; usted, enfant gâté de la buena sociedad, ha comido en las mesas mejor servidas de Madrid, como lo prueba su colección de menus y la variedad de preciosos platos que adornan el comedor de su “Huerta Cigarra”, recuerdo todos ellos de banquetes a que usted ha asistido. Entre tanta dama linajuda, tanto estirado diplomático como usted ha visto comer, ¿no ha encontrado… incorrecciones que tachar? Convengamos en que en la mesa, como en ninguna otra parte, se distinguen las personas que son distinguidas per se, como se dice ahora; porque sí, como se decía antes. Y en las que lo son, no está mal hecho, porque saben hacerlo bien, comer, por ejemplo, los espárragos de Aranjuez con tenedor y cuchillo, antes que manchar la satinada pechera o la cascada de encajes con la gota de mayonesa que del lacio manjar se desprende, amén de quemarse los dedos y ensuciárselos por no haberse inventado una pequeña tenacilla con que cogerlos, como la grande para servírselos.

Nada, querido Doctor, con este y otros alimentos sucede lo de aquél a quien daban sólo un huevo para almorzar, dejándole la facultad de elegir, que se reducía a comerlo o no comerlo.

A este último recurso apelan muchos prudentes, prefiriéndolo al de servirse el helado sobre la servilleta de postres colocada en el plato preparado para éstos, como yo vi hacer a cierto marqués, y a otro título de Castilla vi muchas veces inclinar su corpulencia para dominar la copita del sorbete, y abriendo la boca engullir de una vez la pirámide helada.

Estoy conforme en que se conoce la educación, mejor que en ninguna parte, en la mesa. Ya hablaremos de esto en otro artículo. Pero no creo que sólo el manejo del tenedor y el cuchillo acredite a las personas. Las hay que ni aun comiendo solas pondrán sus codos sobre el mantel, y las hay que aun acompañadas se chupan el dedo que ensuciaron en la yema del huevo.

Sería del peor gusto hablar en la mesa redonda de un balneario con todos los circunstantes, como se hace en la de una casa particular, y en ésta sería mal visto pasar la servilleta por el plato y cubiertos, como hacen muchos en aquéllas, de lo que se desprende que se obra según y conforme.

Y a usted, docto Doctor, que halla fácil solución a todos los problemas, acudo para que me resuelva el siguiente: ¿Son más felices los esclavos de la etiqueta que llevan a su estragado paladar menudos trozos de foie-gras con el cuchillo de vermeil, o los jornaleros que al sol, y reposando sobre el cascote del derribo que hacen o la piedra que labran, comen en sabroso pucherillo dorado por el azafrán?

Usted y yo conocemos a una dama que tuvo un día antojo de comer el arroz que tenían ante sí los obreros que edificaban su casa, y ellos encantados de la llaneza, se lo ofrecieron.

En el que fue luego el comedor más celebrado por el malogrado escritor Luis Alfonso(1), apuró la propietaria el contenido de una cazolilla del amarillento manjar, y muchas veces después en suntuosos banquetes ha recordado con gusto el primer festín de aquella habitación.

Concluyo, y por no hacerlo con la forma que usted con tanta gracia ridiculiza, en su artículo titulado “Fórmulas”(2), lo haré con una gran verdad:

Su admirador,

ALDHARA.

(1) Se refiere al periodista y crítico de arte, muerto hacía sólo unos días, Luis Alfonso y Casanovas (Mallorca, 1845 – Madrid, 18 de enero de 1892). Monárquico y canovista, escribió crónicas de sociedad; fue editor de La Política, La Época y La Dinastía; y llevó la crítica literaria en Revista de España y La Esfera, posicionándose frente a la corriente naturalista. Escribió Azul, amarillo y verde, novela tricolor (1874), El guante (1886), Historias cortesanas (1887), etc., y fue corresponsal de Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán o José María de Pereda, entre otros. Clarín lo ridiculizó en varios de sus artículos.

(2) El artículo, escrito por Thebussem el 27 de julio de 1886 y dedicado a don Marcelino Menéndez y Pelayo, propugnaba el uso de la fórmula “que le besa la mano”, en lugar de “que besa su mano”, al final de las cartas ya que esta segunda podía prestarse a doble interpretación, y la primera contaba con la apoyatura de las Autoridades de la lengua castellana.

ALDHARA era por entonces un habitual colaborador del dominical Blanco y Negro en el que había publicado artículos satíricos como “Escenas de viaje”, en el que ridiculizaba la moda de viajar aunque para ello hubiese que empeñarse; “Los nocturnos”, contra los gorrones de cabeza vacía y narcisistas que frecuentaban la noche de la ciudad; o cuentos en verso, “Entonces como ahora”… Pero, ¿quién se escondía tras este seudónimo? El 30 de septiembre de 1907 ABC publicaba la reseña sobre la muerte de doña María Pilar León y Llerena, viuda de don Juan García de Torres, “ilustre hacendista que fue inteligente director de Propiedades e Impuestos e Intendente de Filipinas”; “hermana del distinguido hombre público don Eduardo León y Llerena”; y madre política del director de ABC y Blanco y Negro Torcuato Luca de Tena. “Madre amantísima” y dama caritativa, había dedicado su vida “a la práctica del bien”, y en el momento ejercía como presidenta de los talleres Santa Rita, que se ocupaban de llevar ropa y socorros a los desamparados. Añadía:

Su gran cultura y exquisito gusto literario se demostró no sólo en la elección de las obras que leía sino en la producción de trabajos correctísimos e inspirados, en los cuales se revelaba la nobleza de su carácter. Ocultando su nombre con el seudónimo de Aldhara, escribió en Blanco y Negro artículos en los cuales los lectores de esta revista pudieron admirar las delicadezas de su ingenio sutil y las gallardías de una cultura sólida. Pruébanlo, entre otros trabajos, sus cuentos “Los funerales del tío”, “El astro del petróleo”, “Peneque”; sus crónicas “Modas fugaces y modas eternas”, “Escenas de viaje”, “Los nocturnos”; y su poesía “Entonces como ahora”. Precisamente en el momento de escribir estas líneas tenemos a la vista un álbum de los tiempos de su juventud en el que, al pie de hermosas composiciones, se ven estampadas las firmas de los principales escritores, poetas, pintores y músicos del siglo pasado, que así ofrendaron a su talento y a su belleza.

El 1 de octubre de 1907 publicaba El Globo una reseña sobre su entierro en términos semejantes. Y el 21 de enero de 1927, con motivo de la exposición del ajuar de novia de su nieta María del Pilar Luca de Tena y García Torres, decían los "Ecos de Sociedad" de ABC que la joven era “fiel retrato físico y moral de su abuela, la inolvidable señora…, cuyo recuerdo perdurará siempre entre los que tuvimos la suerte de tratarla, apreciando sus grandes dotes de inteligencia y de bondad, unidas a una belleza muy atractiva”.

María Pilar León había nacido el 17 de junio de 1834, y era hija de Esteban León y Medina y Valentina Llerena. Su única hija y también escritora, María de la Esperanza, contrajo matrimonio el 2 de julio de 1890 con Torcuato Luca de Tena y Álvarez Ossorio, primer marqués de Luca de Tena.

lunes, mayo 07, 2012

Thebussem (XVI)

Cabecera del artículo en Blanco y Negro
"Con dos dedos"

Después de la fingida polémica gastronómica con José Castro y Serrano en La Ilustración Española y Americana (1876-1882), que daría lugar al libro La mesa moderna. Cartas sobre el comedor y la cocina cambiadas entre el Doctor Thebussem y un Cocinero de Su Majestad (Madrid, Fernando Fe, 1888), Thebussem se convirtió en una especie de consultor nacional para los asuntos que tenían que ver con el buen gusto y la etiqueta en la mesa. Fueron bastantes las cartas que le dirigieron amigos y admiradores preguntándole sobre particulares varios, y sus respuestas llenaron algunas de las páginas más leídas de la prensa del momento. Presentamos aquí el artículo que dedicó a don Óscar Rochelt Palme en Blanco y Negro (31 de enero de 1892) respondiendo a su duda sobre si las aceitunas aliñadas debían tomarse o no con el tenedor, palabras no exentas de la erudición, ironía y gracejo habituales en la prosa del asidonense.

He leído con detenimiento la consulta que Vm. me hace sobre si las aceitunas aliñadas que se sirven en la mesa han de tomarse o no con el tenedor.

Supongo, pues Vm. no lo dice, que se trata de aceitunas enteras presentadas en plato y con cucharita, para que con ella traslade cada invitado al suyo el número de olivas que le acomode.

Soy juez incompetente para dictar sentencia. Pero en seco, y sin dudas ni vacilaciones, le diré a Vm. que mi opinión es… con dos dedos.

Y me fundo para ello en que la ley V, título VII, de la Partida II, al ocuparse de la educación que los ayos deben dar a los hijos de los reyes, advierte que “non les deuen consentir que tomen el bocado con todos los dedos de la mano, para que non los fagan grandes”.

El manejo, más o menos hábil, del cuchillo y del tenedor, es hoy vulgar y frecuente. A esta mayor o menor pericia se refirió sin duda el célebre poeta que dijo:

Dejen a un hombre sencillo
Y que no es ninguna fiera,
Manejar a su manera
El tenedor y el cuchillo.

Hay, pues, maneras torpes y cursis en el uso y aplicación de los dichos instrumentos.

En el modo de tomar la escopeta, de barajar los naipes, de poner el pie en el estribo o de contar cincuenta duros en plata, se conoce al cazador, al tahúr, al jinete o al cajero. Tan sencillas operaciones revelan la práctica, inteligencia y pericia de aquellos que las ejecutan.

Es indispensable gobernar con maestría el tenedor, para poder usar de los dedos con limpieza y con elegancia. En esto son maestros los ingleses finos y de buena educación. Da gusto verlos, con aquellas manos y uñas tan limpias, tomar con sus dedos los diversos alimentos que a ello se prestan. Encanta mirarlos comer la sopa, los macarrones o las angulas sin que tales manjares les ensucien los labios ni el bigote.

Y en cambio da risa y lástima ver, como yo he visto en banquetes políticos, a gentes que tomaban el champagne con cuchara; y con tenedor y cuchillo no solamente las galletas inglesas, sino ¡hasta los espárragos de Aranjuez!

Por algo dijo Cervantes que, en el tiempo que Sancho Panza fue gobernador, aprendió a comer a lo melindroso, y que comía “con tenedor las uvas y aun los granos de la granada”. Vemos que es antigua y autorizada la rechifla del uso inoportuno del tenedor.

Dos palabras sobre el cuchillo, ya que tenemos la masa entre las manos. Una dama española, cuyo marido ocupó alto puesto diplomático en Londres, asistió al ceremonioso banquete de un lord.

Las inglesas elogiaron la belleza y elegancia de la embajatriz; pero corrieron ciertas palabras dichas al oído de unas en otras de aquellas ladies, todas las cuales ponían cara de sorpresa, de admiración y de espanto al escucharlas.

Y el espanto, la admiración y la sorpresa se fundaban en que, durante el convite, la embajadora… ¡se llevaba el cuchillo a la boca!

Yo encuentro justísimo y fundado el asombro de las inglesas, y me pasmaría también de que cualquier persona a quien hubiese juzgado fina, distinguida y aristocrática, usase el tenedor para saborear aceitunas, engullir salchichón o comer huevos fritos.

Así lo siente y lo dice, pero sin ánimo de convencer ni de predicar cruzada,

El Doctor Thebussem.

Medina Sidonia, 22 de enero de 1892 años



José Antonio Óscar de Rochelt Palme Palme Maruri (Bilbao, 1865), perteneciente a una familia acomodada de industriales vascos de origen checo (su padre, Ricardo, fue fundador de la empresa Tubos Forjados,  socio fundador de la Sociedad de Crédito Vasco y más adelante su director, fundador de Basconia S.A. y del Banco del Comercio, y regidor de Bilbao, amén de notable violinista y musicólogo), amigo de juventud de Unamuno, estudió Leyes en Madrid, fue apoderado de la casa Rochelt y consejero del Banco de Bilbao, y al tiempo gran amante de la literatura y las artes. Contrajo matrimonio en 1898 con María Concepción de Smith Ybarra. Empezó escribiendo en La Unión Vasco-Navarra, de la sociedad Euskal Erria, y en la revista El Boceto. Se le considera, junto a Nicolás Viar, uno de los creadores del teatro nacionalista vasco. En colaboración con éste escribió las comedias La madre de las antorchas (1896) y Euterpe fúlgida (1897). Es autor de la novela El alcalde de Tangora (1906); de la comedia en tres actos Malvina, estrenada el 12 de febrero de 1914 en el teatro Campos Elíseos y  ambientada en el viejo Bilbao; y de Un paseo por Las Arenas y Algorta (1915). Con Manuel Lecanda escribió la novela histórica ambientada en el Bilbao del siglo XIV Las tres rosas de Laibar. Fue su hermano el pintor Mario Rochelt.


El autor de la ilustración que encabeza el artículo de Thebussem es el jerezano Juan Comba García (1852- Madrid, 1924), fotógrafo, pintor, dibujante, ilustrador y periodista gráfico. Formado en la Escuela Naval Militar de San Carlos (San Fernando), marchó a Madrid para estudiar en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, y se convirtió en el único discípulo del pintor Eduardo Rosales, quien lo presentó a Abelardo de Carlos, director de La Ilustración Española y Americana, publicación con la que colaboró entre 1872 y 1907 aunque, desde sus primeros números, ya se encontraba en la nómina de artistas de Blanco y Negro. Comba gozó del favor de la familia real española y acompañó a Alfonso XII a todos sus viajes por España, así como a su gira por Centroeuropa. Sus informaciones gráficas sobre el período que le tocó vivir le han hecho ganar el apelativo de  "Cronista gráfico de La Restauración".

El artículo "Con dos dedos" sería recogido por el propio Mariano Pardo de Figueroa en su Tercera ración... (Madrid, Rivadeneyra, 1898) y recientemente se ha editado con anotaciones en nuestro trabajo Dr. Thebussem. Escritos gastronómicos (Sevilla, Renacimiento, 2011).

http://www.euskomedia.org/

miércoles, mayo 02, 2012

El lamento de Ariadna (VIII)


Ariadna abandonada por Teseo, iluminación de Jean Pichore para la traducción de Heroidas de Octavien de Saint-Gelais, mitad del s. XV, BNF
Imágenes del Renacimiento

Ya vimos en una entrada anterior varias ilustraciones para traducciones de Heroidas de Ovidio sobre el abandono de Ariadna en Naxos realizadas por Jean Pichore y su escuela. Tienen en común con la que presentamos ahora el anacronismo en la ambientación de la escena (véanse aquí el vestido, peinado y adornos de la joven, claro trasunto de la dama ideal; la forma del barco de Teseo y el ropaje de sus tripulantes). Dicha costumbre, habitual entre los artistas del Renacimiento y denostada a partir del siglo XVIII, era común a otras artes, como el teatro. La preciosa iluminación nos muestra el momento en que Ariadna descubre su abandono -nada que ver esta vegetación con la árida playa en cuyas arenas hunde sus pies la Ariadna de Ovidio-, y ese otro en que agita el velo desde el roquedo para que Teseo y sus hombres reparen en ella, cosa que, sorprendentemente, parecen haber hecho, pues todos vuelven su mirada hacia la isla, eso sí, con un mutismo y una quietud absolutos.
 
La historia de Teseo y Ariadna, atribuido a Baccio Baldini (h. 1460), British Museum

La combinación de escenas en un mismo espacio puede observarse igualmente en un  grabado de escuela florentina, habitualmente atribuido a Baccio Baldini y fechado entre 1460 y 1470, que guarda el British Museum. Como en los que sirven para ilustrar algunas ediciones de Metamorfosis (libro VIII) del s. XVI, el motivo principal aquí es el encuentro entre Ariadna y Teseo previo a la entrada del héroe en el laberinto, cuya traza circular ocupa gran parte de la composición. En un segundo plano, a la izquierda, podemos contemplar a Ariadna abandonada enarbolando el velo prendido a una estaca para llamar la atención del fugitivo Teseo.  Y a su lado, a la propia muchacha, que parece haberse precipitado desde el acantilado, sumergida en el oleaje (sólo se ven sus pies) y luego rescatada por Júpiter (es un alado y desnudo "Giove" quien la saca de las aguas y la transporta en sus brazos al cielo, donde se convertirá en constelación). En tanto, la nave de Teseo se aleja de Naxos con sus velas negras, lo que ha provocado el suicidio de Egeo, que se ha arrojado al mar (sólo se aprecian sus pies igualmente). Las filacterias situadas junto a los personajes nos permiten reconocerlos claramente. Supone la presencia de Júpiter, en lugar de la más habitual de Dioniso-Baco como dios salvador, el uso del artista de una versión moralizada del mito o una simplificación del mismo.

El abandono de Ariadna dormida..., Maestro de Cassoni Campana (h. 1510), Musée du Petit Palais, Avignon
El discurso narrativo prevalece también en la tabla pintada al óleo El abandono de Ariadna dormida y la llegada de Baco, una de las cuatro que el maestro de Cassoni Campana dedicó a la leyenda de Creta y que, aunque pertenecientes al Museo del Louvre, exhibe en depósito el Museo del Petit Palais de Avignon. En la zona izquierda vemos a Ariadna que, medio dormida en una rica cama adoselada, mueve sus brazos (cf. OV. epist. X, 10-12) buscando en vano a su enamorado. El artista se ha preocupado de hacernos notar el vacío en el lecho, y no le ha importado la ligera desproporción del brazo derecho de la joven, que deja ver sus senos entre las blancas sábanas. Un Teseo maduro, armado con rica coraza, huye, pero no solo, sino acompañado de otra dama, que debemos suponer sea Fedra, hermana menor de Ariadna con la que luego se desposará (cf. NONN. 48, 530 ss.).  Al fondo, vaga la muchacha en la playa mientras persigue con su mirada el navío que se aleja con sus velas hinchadas por el viento.

Ariadna en Naxos, atribuido a Girolamo dai Libri (h. 1510-1530), Rijkmuseum, Amsterdam
Cerramos por el momento este repaso a la iconografía del abandono de Ariadna en la pintura renacentista con un cuadro atribuido tradicionalmente al pintor e iluminador veronés Girolamo dai Libri (h. 1474-1555) o bien al casi desconocido Josaphat Araldi, al parecer oriundo de Parma, artista fuertemente influenciado por Bellini y Durero. Se trata de un óleo sobre madera recién restaurado (http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=501689) y de preciosa factura en el que algunos han querido ver la partida de Eneas (son blancas las velas del bajel) más que la de Teseo. La joven abandonada ocupa el primer plano, une sus manos como en actitud suplicante y vuelve la cara al espectador para hacerle partícipe de su padecimiento. 
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