viernes, abril 27, 2012

Thebussem (XV)



"Doctor, tiene usted razón"

El 14 de junio de 1891 respondía Ángel Muro al Doctor Thebussem en Blanco y Negro dándole la razón en cuanto había propuesto en su "¿Son flores o no son flores?" (publicado en nuestra anterior entrada). A la condena de las flores aromáticas en la mesa añadía Muro en su "Doctor, tiene usted razón" la crítica a los perfumes demasiado fuertes, como el opopánax o mirra perfumada, empleados por algunas señoras para ocultar su no demasiado agradable olor corporal.  

Muro refiere una simpática y "olorosa" anécdota acontecida a los jóvenes estudiantes Adelardo López de Ayala (1828-1879), natural de Guadalcanal (perteneciente a Extremadura hasta 1833), y Emilio Arrieta (Puente la Reina, 1823 - Madrid, 1894). El primero llegaría a ser un notable periodista y dramaturgo, y su carrera política le llevó a ocupar ministerios con Amadeo de Saboya y Alfonso XII, y la Presidencia del Congreso en 1878, año en que publicó su Consuelo. El segundo se convertiría en notable compositor, siendo autor de varias zarzuelas, entre ellas El grumete (1853), y óperas, como Marina (1871).

Encabezamiento del artículo en Blanco y Negro

Mi respetado maestro:

Tan sólo a usted se le puede ocurrir, al escribir su brillante artículo titulado "¿Son flores o no son flores?", en el segundo número de Blanco y Negro, darle forma de carta a mí dirigida.

¡A mí, que una distinción como ésa ha de trastornarme el juicio, por ser usted quien es y por ser yo apenas quien soy!

Yo no puedo seguir a usted por los derroteros de su bien trazada ruta. Me faltarían las fuerzas para llegar al término del viaje.

Doctor, tiene usted razón, y razón que le sobra. Razón de buen abolengo, pues de Cervantes arranca, y se apoya en testimonios que tienen por corriente, además del sentido común, el del olfato.

Las flores en la mesa adornan mucho. Recrean la vista, y hasta cubren faltas y deficiencias. Cuando las flores exhalan sus aromas respectivos, que se combinan para formar uno determinado y éste se mezcla con el de los manjares que por riguroso turno van estacionando en la mesa, resulta hedor, ni más ni menos.

Sucede lo que con ciertas damas, muy dadas a esencias fuertes, que atolondran cuando uno se halla a su lado, aunque sea por breve tiempo. No comprenden que si el olor que su cuerpo exhala no es bueno, al combinarse con el del "opoponax", con el del heliotropo blanco, con el del heno y con otros mil, los que huelen todo aquello tienen que recordar un famoso cuento que le pido a usted permiso para narrarle:

Vivían juntos, como siempre vivieron allá en sus mocedades, Adelardo López de Ayala y Emilio Arrieta.
Éste tocando corcheas y semicorcheas, fusas y semifusas en el pentagrama, y aquél enriqueciendo el habla castellana y dotando a la literatura patria con asombrosa esplendidez. Pero por aquel entonces, ni El Grumete ni Marina existían, ni en el sitial de la Presidencia de la Cámara popular se sentaba aún el insigne varón que, poco después de su Consuelo, había de sumirnos a todos en el más triste desconsuelo, escapándose su alma a otro mundo mejor.
Arrieta y Ayala, los dos insignes varones, de Navarra y Extremadura respectivamente, vivían en el comienzo de su gloriosa vida como viven los estudiantes.
Modestísima casa de pupilos, patrona locuaz, hija enamoradiza, criada respondona y limpieza discutible en camas y otros enseres.
Sota, caballo y rey eran la trilogía constante de la comida diaria, y Ayala y Arrieta hacían honor a la pitanza con los dientes y el estómago de esa época de la vida en que el paladar no tiene voz ni voto, y en la que no hay pan duro con hambre buena.
El comedor de la casa de huéspedes era muy reducido. Una ventana pequeña con vistas a un patio de muñecas. Contiguo a la cocina, y entre la puerta de ésta y la ventana, otra puerta que daba... al jardín. Este menester de la casa, oficiando de barómetro, se permitía exagerar sus emanaciones en días determinados, pero siempre revelando su existencia.
Ayala no hablaba cuando comía, y en la casa le llamabn "cazurro". Arrieta, por el contrario, era muy comunicativo.
Molestaban mucho a don Adelardo las manifestaciones olorosas del cercano recinto, y un día en que no se podía parar en la casa, se le ocurrió a la pupilera quemar azúcar a la hora de la comida de los huéspedes.
Durante la comida, la pupilera miraba de hito en hito a Arrieta, como para decirle algo que pudiera traducirse por esto o cosa semejante:
-¡Qué bien huele aquí hoy! Vamos, que ahora ni siquiera se nota...
Arrieta se sonreía y no hacía caso; pero fue tal y tan insistente la pantomima de la patrona, que Ayala, que se había enterado de todo, se levantó antes de acabar de comer, y dando un puñetazo sobre la mesa, sacudiendo aquella melena de león, exclamó con su portentosa voz:
-¡Lo prefiero sin azúcar!

Esto no impide, mi querido Doctor Thebussem, que a mí, que me gustan mucho las flores, las quiero ver en la mesa, pero las flores que no huelen, y mejor que las flores, las hojas, el follaje, algo que remede la naturaleza viva.

No puedo añadir una sola palabra más, y cierro aquí, reiterándole mi admiración y despidiéndome de usted devotísimo amigo, q. l. b. l. m.,


Ángel Muro Goiri (1839-1897), ingeniero, periodista y cocinero, fue autor de varios tratados de cocina española de notable éxito. Escribió un Diccionario general de cocina (1892), y El practicón: tratado completo de cocina al alcance de todos y aprovechamiento de sobras (1894) fue obra que extendió su influencia durante varios decenios en las cocinas españolas. Sus Escritos gastronómicos han sido recientemente editados por José-María Pisa en La Val de Onsera (Huesca, 2002). Era corresponsal habitual de Thebussem, y a él le dedicó el asidonense su artículo "Arrepápalo" el 9 de junio de 1890 después de recibir por correo, con dedicatoria autógrafa, los tres cuadernos de sus Conferencias culinarias, publicadas entre abril y junio de este mismo año en La Monarquía. Thebussem animaba a Muro a que acometiera el inventario y clasificación de las bebidas y manjares "de importancia y renombre" que produjeran los pueblos y ciudades de España:

Daría un libro de importancia para el viajero, para el comerciante y para el gastrónomo. Y la obra pudiera ampliarse hasta hacerla lujosa y elegante, con estampas, recetas y críticas de aquellos platos, roscos, tortas, bizcochos, frutas y piezas que lo mereciesen.

¡Si Thebussem levantara la cabeza y se diera una vuelta por las librerías de hoy, vería que sus consejos no han caído en el olvido!

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