viernes, noviembre 20, 2009

Simi la Hebrea

Una amena novelita moral
La historia de la joven judía gibraltareña Simi Cohen, que abrazó la fe cristiana y decidió dedicar su vida a la contemplación entre las agustinas del convento de Jesús, María y José de Medina Sidonia, sirvió a fray Conrado Muiños como argumento de una novelita piadosa que tuvo gran éxito a finales del siglo XIX y durante gran parte del XX. A su estudio dedicamos este artículo, que fue publicado recientemente en el número 3 de la revista El Barrio del I.E.S. San Juan de Dios de Medina Sidonia, magníficamente dirigida por nuestro querido Miguel Roa Guzmán.
Simi La Hebrea, Una Amena Novelita Moral

domingo, noviembre 08, 2009

Medina Sidonia en la Guerra de la Independencia (VI)





Nombres culpables

En el cabildo de 30 de septiembre de 1809 se leyó un memorial de Francisco Fernández Rodríguez, vecino de Medina Sidonia y diputado de su común, en el que exponía los graves perjuicios que estaba sufriendo la finca de su propiedad "nombrada del Santisimo, camino de la fuente", por encontrarse contiguo a ella el enorme hoyo, "que llaman del Barrero, de donde los vecinos de esta ciudad sacan tierra para obras de albañileria". Varios lienzos de tierra ya se habían corrido, "razon por la que se desminuia y acortava el resinto de dicha su hazienda, haviendo notado en los dos años ultimos se desgajaron dos porciones de terreno, en que se hallavan varias cepas y arvoles, los que se inutilisaron". Además, el propietario "no podia dejar de adbertir a las desgracias que estan espuestas varias personas, y con particularidad los jovenes que, con poca refleccion, se esponen a quedar sumerjidos vajo las ruinas al menor descuido, como ya se havia esperimentado". Rodríguez proponía al Ayuntamiento que "para evitar estos perjuicios, se determinase la prohivicion de cavar y sacar tierra en el recordado citio, y que se le consediese dicho hoyo, el que sercaria de vallado, por ser este el unico medio de evitar las escavaciones de tierra, lo que podia executarse sin detrimento de persona alguna en los serrillos del lado opuesto".
Una vez que se retiró del salón de plenos Francisco Rodríguez, el cabildo acordó que el regidor diputado de obras, Pedro de los Hoyos, pasase a inspeccionar el lugar y diera cuenta para tomar la resolución más conveniente.
Un mes más tarde, don Pedro de los Hoyos y don Juan Pérez Montero, diputado del común, constataban ante el cabildo "que padese considerable perjuicio la enunciada hazienda y un plantio, por la profundidad de dicho terreno causada de las continuas escavaciones, y quedar cuasi en el ayre el vallado de la misma". Se decidió entonces que Francisco Rodríguez manifestara "en forma" la tierra que pertenecía a su hacienda para, luego, tomar la determinación acertada al caso.
Nada más hemos leído al respecto en el libro capitular de aquel 1809, y en 1810 otras urgencias, la llegada de los franceses, preocupaban más a los ediles de la ciudad.
Suelo pasar a diario por delante de esta hacienda, cuyo nombre, "suficientemente" aireado en los últimos meses por la prensa y las televisiones por sórdidas razones que no vienen al caso, muchos parecen querer olvidar. El airoso rótulo de azulejos que la nombraba, embutido sobre la puerta del vetusto caserío, incluso ha sido arrancado en los últimos días; no sé si con el propósito de rebautizarlo o de contribuir a la "limpieza" de lugar tan visible para el forastero que llega. Afortunadamente, siempre nos quedarán los documentos para salvar las palabras y la memoria.
Mucha lástima me dio también llegar al majestuoso y casi arruinado arco encalado que servía de portada a una antigua finca del Hoyo de Santa Ana y encontrar que otro "picaparedes" me había privado de conocer el nombre de la misma. Los vecinos más viejos del lugar sólo acertaron a decirme que fue una hacienda de la familia Varela, que comprendía varias de los alrededores, pero jamás habían podido leer el rótulo con su nombre. Cualquier día también esta preciosa construcción desaparecerá y sus airosos remates en espiral yacerán entre los cardos y las tunas. Sólo en los papeles nos quedará su recuerdo.
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