miércoles, agosto 05, 2009

José Emilio Pardo (XXIII)



Imagen de una cena en el Hôtel des Indes en 1935. Tomada de http://www.engelfriet.net/







Cena en el Hôtel des Indes
De vuelta de su paseo en carruaje, con el gusanillo ya en el estómago (¡y mediaron sólo tres horas desde su salida!), nuestro marino asidonense encontró a los huéspedes del hotel tomando el aperitivo previo a la cena: "aguardiente de Holanda (vulgo ginebra)". José Emilio no la necesitaba y, al toque de la campana colgada en uno de los árboles del patio (las siete en punto), entró en el comedor "que era bueno y espacioso". La mesa tenía sesenta cubiertos, y la presidía M. La Cressonier. Pero lo más sorprendente era que "a los sesenta señores correspondían otros tantos criados, cada uno de los cuales servía a su amo sin curarse del resto de los asistentes". Cuesta poco imaginarse la situación, el revuelo inevitable en torno a la mesa, atendiendo a la precisa descripción que nos ofrece José Emilio Pardo en su Diario:
Para los no acostumbrados a tal clase de servicio hay escenas graciosísimas, como la de pedir, por ejemplo, dos personas un mismo plato de los que hay en la mesa, y ver a los respectivos domésticos avanzarse a cogerlo, tirar cada uno por un lado y echarse mutuas maldiciones en su lengua, hasta que uno de ellos cede.
¡Qué cara pondría el Doctor Thebussem, tan refinado y exigente en lo relativo al servicio de la mesa, cuando su hermano le contó lo vivido en el Hôtel des Indes! Seguro que rió a carcajadas y le hizo a José Emilio las mismas preguntas que nos hacemos nosotros: ¿Cómo escapaste tú? ¿Qué tal la comida? ¿Y los comensales?
He aquí las respuestas del marino:
El famoso Mo-Haly[1] era un héroe, casi siempre ganaba en estas riñas o disputas. La comida, gastronómicamente considerada, es regular; no dan vino, pero sí buen café; yo comí perfectamente por aquello de la salsa de la hambre. Trabé relaciones con unos vecinos de mesa y cuarto, jóvenes marinos holandeses, los cuales me encomiaron la gran fiesta chinesca que se celebraba aquella noche y que no ocurría más que una vez al año.
Por supuesto que, acabada la cena, José Emilio y sus nuevos amigos tomaron un coche y se encajaron en Campón-Chiní, o sea el barrio chino. Ya lo contaremos otro día.
[1] Recordemos que era el sirviente malayo que le fue asignado a su llegada al hotel.

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