domingo, julio 19, 2009

José Emilio Pardo (XXI)















Una calle de Batavia, grabado de M. de Saison para Voyage pittoresque autour du monde (dir. M. Dumont D´Urville), París, Furne, 1839

Paseo en carruaje por Batavia. Mo-Haly
Pues, como solemos hacer después de familiarizarnos con nuestra habitación en el hotel y tomar un buen baño, tocaba el turno de arreglarse un poquito y salir de paseo. Nuestro marino asidonense observa que no es el único huésped que ha pensado de esta manera, la decoración del hotel había cambiado por completo:
Todos... vestían de pantalón blanco y levita negra, las señoras llevaban elegantes trajes de seda o de holán[1] finísimo; peinado con arreglo al último figurín francés y lo mismo con las botas. Comenzaron a venir carruajes y a marcharse aquellos señores, hasta quedarme solo.
No demasiado acostumbrado a las finezas orientales, no había reparado en que el chico que aguardaba junto a la puerta de su habitación era un criado que le había sido asignado desde su llegada al hotel. El muchacho, que se dio cuenta del despiste de José Emilio, no tardó en dirigirse a él: "¿Carreta? Musiú, ¿carreta?" Pero todavía fue necesario que acudiese M. La Cressonier para aclararle que Mo-Haly, pues éste era el nombre del joven malayo, sólo estaba queriéndole decir que su carruaje ("`carreta´, en lengua malaya", nos aclara Pardo) estaba enganchado hacía dos horas preparado para el paseo vespertino. En fin, cosas que pasan. Con todo, las atenciones no quedaban ahí. Relata José Emilio en su Diario:
Caminando ya en mi coche quise encender un cigarro, y el viento apagó el fósforo, pero en el momento hallé delante de mí una vara con la punta encendida. Vuelvo la cara y veo a Mo-Haly, que venía a la zaga lujosamente vestido con jaique[2] amarillo y turbante azul. Él comprendió mi admiración y se puso a reír con todas sus fuerzas. Luego supe y vi que en Batavia el criado es una sombra o apéndice que jamás abandona al señor, y que siempre va provisto de fuego o de "appuy", como le llaman en malayo.
[1] Tela muy fina, evidentemente de fabricación holandesa.
[2] Vestido árabe que cubre desde los hombros hasta los pies.

sábado, julio 18, 2009

José Emilio Pardo (XX)












Imágenes del Hôtel des Indes en 1863 y en 1870. Tomado de http://www.engelfriet.net/Alie/Hans/desindes.htm


La llegada al Hôtel del Indes
A poco de desembarcar, José Emilio Pardo se dirigió al Hôtel des Indes, situado a más de una legua del muelle, para tomar una habitación. El dueño del establecimiento era un francés llamado M. La Cressonier, "de más de cincuenta años, bajo de cuerpo, un poco gordo de cara, entrecano y algo calvo (...) Su vestido consistía en el clásico gorrito de terciopelo negro con borla, que en todo el orbe distingue al fondista francés, camisa encarnada por fuera del anchísimo pantalón y chinelas rojas a raíz de la carne, pues no llevaba medias".
Convenientemente atendido por el hospedero, José Emilio marchó a su habitación, "buena, limpia y con todos sus muebles nuevos". El hotel, que describe minuciosamente en su Diario, le causó una inmejorable sensación. Todo eran atenciones.
Dan estos cuartos al patio de la fonda y forman dos grandes corredores con alojamiento para treinta personas cada uno (...) En las puertas hay una mesa y una silla. A los cinco minutos de entrar en el alojamiento llegó un criado malayo y me dijo por señas que el té estaba listo. Salí, y en la mesa inmediata hallé una bandeja con un gran tazón de té con leche y galletas, notando que en las puertas de todos los cuartos se representaba idéntica escena.
Y sus vecinas de habitación ponían una nota divertida.
Dos señoras de buen aspecto, inglesa la una y holandesa la otra, según después supe, llevaban un equipaje particular. Un pedazo de indiana blanca y azul liado a la cintura y cayéndoles poco más arriba del tobillo; camisa de hombre hasta las rodillas, chinelas de terciopelo encarnado y oro, nada de medias, y el cabello en dos trenzas que caían por la espalda. Al andar era la facha más ridícula que puede imaginarse.
El Hôtel des Indes todavía existe hoy en Yakarta, lógicamente ha sufrido remodelaciones y ampliaciones, pero sigue conservando su viejo estilo colonial. He disfrutado enormemente recorriendo las fotos y recuerdos que se ofrecen en la web que cito arriba. Os invito a echar un vistazo.

martes, julio 14, 2009

En Las Alpujarras (III)


Tices (22 de agosto de 1997)
Me he adentrado en la pista de tierra que lleva desde el Puerto de la Ragua hasta Ohanes. A esta altura del año la laguna Seca no es más que una pequeña depresión del terreno a la izquierda del carril, el fondo quebrado está rodeado de un amarillo de oro donde pastan tranquilamente unas vacas. El aire es puro; el sentimiento, de soledad. En medio de preciosos bosquecillos de pinos y abetos, cuyo suelo está cubierto de troncos procedentes de la tala, el frío de la mañana, el pálido cielo y la forma de la arboleda me recuerdan algunos paisajes de Friedrich. Pasada la Piedra Negra y la zona más rocosa, el descenso se hace vertiginoso, y es entonces cuando se contemplan impresionantes vistas de los pueblos del valle, Beires y Canjáyar.
Me dirijo a Tices, al santuario de la Alpujarra almeriense. Es la una cuando planto mi caballete. Al pie de la torre izquierda hay un jardincillo con un estanque que corona la imagen de una Virgen de piedra blanquísima. El tamaño de la basílica parece estar en desacuerdo con lo solitario del lugar. Un chiquillo, un señor gordinflón con gafas oscuras que no para de hablar consigo mismo y un anciano pasean entre las flores. De vez en cuando una mujer y un joven entran por la puertecilla del edificio anejo a la iglesia, siento sus miradas mientras pinto. Las conversaciones que me llegan y los movimientos que noto me hacen pensar que estoy ante un centro de acogida de disminuidos psíquicos. Sólo cuando mi trabajo está casi terminado los habitantes del lugar se han acercado a curiosear, y he podido cruzar unas palabras. Uno de los albañiles que trabaja reparando una casita cercana ha comentado orgulloso: "Ves como toda Almería no es un desierto". Me habló de las virtudes de la uva de esta zona y de la pena que suponía que no hubiera pasado aquí lo que en la Alpujarra granadina: "Las inversiones para atraer a la gente".
En verdad, cuando regreso por la tarde hasta Laujar, ya casi de noche, me alegro de que este paisaje no se haya visto alterado por las necesidades del turismo. La tierra roja y arcillosa y el verde de las parras entrelazadas sobre las terrazas hacen de Ohanes un rincón muy bello. Beires, con su iglesia siena entre casas blancas, y Fondón o Fuente Victoria, con su carretera sombreada por grandes árboles que son testigos del paseo vespertino de los vecinos, son auténticos vergeles.

sábado, julio 11, 2009

José Emilio Pardo (XIX)


Mapa de Batavia, Homann (ed. Nuremberg, 1733)
La Numancia en Batavia
Fondeada la Numancia en la rada de Batavia (Yakarta) y saludada con los honores correspondientes la bandera de la plaza, un oficial holandés acudió a cumplimentar al comandante de la nave y a inspeccionarla. El enfermo de viruelas fue trasladado al hospital al cabo de sólo dos días de cuarentena, y enseguida se comenzó a negociar para comprar el carbón que el buque necesitaba. Como el almirantazgo no lo cedía de sus depósitos, hubo que pagarlo a un precio excesivo a una compañía de vapores. Los efectos navales y los artículos de primera necesidad estaban por las nubes..., ¡y el peso español, que se cambiaba habitualmente a 2,56 florines, en aquella ocasión sólo se pagó a 2,20! José Emilio Pardo tiene en su Diario (3 de febrero de 1867) unas palabras de agradecimiento al cónsul francés M. Codrika, gracias a cuya intervención se solventaron con eficacia todos estos problemas "domésticos"; y es que la "viajera y poderosa" España no tenía legado en aquellos lares. El diplomático galo refirió a los oficiales de la Numancia que hacía pocos años un bergantín español se había perdido en la costa de Java, que los náufragos habían llegado a Batavia..., y que fue preciso abrir una suscripción entre las personas caritativas para pagar a aquellos desgraciados su viaje a Manila.
Poco bueno parecía traer esta nueva recalada..., pero ¡cuánto la saborearía nuestro teniente asidonense!
Desde que se entra en el canal, que tendrá como una milla de largo, hasta llegar al muelle de Batavia, ya se notan cosas raras como lo son sin duda los barcos javaneses y chinos, con sus popas muy altas llenas de extraños figurones, con ventanas dispuestas a modo de las de las casas y macetas de flores en ellas (...) En fin, tales buques no discrepan de aquellos que pintan los abanicos y papeles que vienen del celeste imperio (...) Allí viven familias enteras, que se pasan los meses sin pisar la tierra, y parece imposible que con aquellos barcos y aquellas velas y con tales marineros, puedan navegar y hacer sus viajes.

sábado, julio 04, 2009

José Emilio Pardo (XVIII)


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En el mar de Java

Desde las Natunas, la Numancia tomó rumbo Este hacia las islas de Tambelán y Espíritu Santo, pasando entre las pequeñas Dirección y Dattoo. A través del estrecho de Gaspar, por el llamado Canal de Stolze, penetró en el mar de Java; y la tarde del 30 de enero de 1867, después de 11 días de navegación y de haber recorrido 600 leguas, fondeaba en el puerto de Batavia (Yakarta). El tiempo había acompañado. José Emilio se entretiene, para nuestro gozo, en apuntar en su Diario nuevas observaciones sobre la naturaleza del lugar. El 29 de enero escribe:
A las cinco de la mañana se vio desde los topes que llevábamos a proa una roca. Esto nos llamó la atención, pues aquel mar está muy sondado y conocido. Al hallarnos más cerca, notamos que la tal roca se encontraba cubierta de verde y lozana vegetación. Se arrió un bote para que fuese con un oficial a reconocer lo que era, y resultó ser una palmera arrancada de cuajo, tal vez por algún huracán, que al caer en la mar quedó con la cepa fuera haciendo contrapeso a la cabeza, sumergida en el agua. Yo soy un zote en botánica, pero sospecho que desde el momento en que la palma, que era tremenda, cayó al mar, cambió la savia su dirección natural, y allí donde encontró sol, lluvia y aire, que fue en sus antiguas raíces, se formó vegetación nueva ayudada con la tierra que en ellas traía. Los nuevos vástagos adquirieron un tamaño tal, que a dos millas se veían y verdeaban. Cuarenta varas de circunferencia tenía aquel jardín flotante, y los revuelos de algunos pajarillos que con él venían le daban tal aspecto de islilla, que sólo después de verla y sondarla nos convencimos de que no era tierra firme. Este fenómeno de vegetación creo que no se verifica más que en climas como el de Java y con árboles de la clase expresada criados en la orilla del mar, donde el agua salada y los aires salinos, en vez de matarlos, les prestan vida y lozanía.
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