jueves, junio 11, 2009

José Emilio Pardo (XV)









Plaza de San Francisco en Manila. Fernando Brambila. Colección de dibujos y grabados de la Expedición Malaspina, 1789-1794. MN. http://www.miyomedia.com/Expo/p17.htm

La todavía colonia española de Filipinas

Llega un momento en que los hombres de la Numancia se desesperan en su larga estancia en Filipinas. Por una parte, el problema con el cobro de las pagas persistía; por otro lado, desde Madrid no llegaban las órdenes esperadas: o regresar a la costa americana para proseguir la guerra con Chile y Perú, o poner rumbo al Índico para intentar definitivamente la circunnavegación del globo. Recordemos que la fragata acorazada española era la primera de su clase que lo intentaba, y que la honra de la marina española, tan desprestigiada a estas alturas del siglo, iba también en ello.

Por lo demás, la situación de la colonia, agravada por las continuas catástrofes naturales, era penosa. Se vivía de milagro; la mala gestión y la improvisación política de la metrópoli no habían permitido el desarrollo del comercio y el bienestar de sus habitantes, y habían propiciado la dejadez y la vagancia en las clases dirigentes. Nuestro Teniente de Navío no sabía si reír o llorar ante el crudo panorama. Para no ver el desastre que se avecinaba había que estar "chiflado".

Aquí no hay un cuarto. Yo no sé el dinero que nos deben, y probable es que sólo nos den dos o tres pagas para ir a España, desentendiéndose de los atrasos. Esto está tan miserable, tan mal administrado, tan atrasado y tan sin pies ni cabeza que parece un milagro el que se sostenga. Todo lo que el terremoto(1)
hundió se encuentra lo mismo que al día siguiente de la catástrofe, y no ponen el telégrafo de Cavite a Manila por creerlo perjudicial. En fin, es menester ver esto para formarse idea. Dicen que la América es el “otro mundo”, pero el otro mundo es éste. Aquí cantan las salamanquesas, los pescados se cogen en tierra y se ven culebras por la mar. No hay té bueno, y el azúcar, a la que llaman caramelo, no endulza. El tabaco, a más de ser escaso, arde poco, pero amarga como acíbar. Hay una contribución que llaman tributo, otra santorum y no sé cuántas cosas más. Hay un inspector general de los montes de Mindanao, con un sueldo pingüe. Aquellos montes son tierra de moros salvajes en donde no se puede penetrar, y el señor inspector desde la mar, en una goleta, acotó lo que le pareció de aquellas arboledas, que es lo mismo que si acotara los montes de la luna. Hay director del jardín botánico, pero no hay jardín, y se ignora si la canela se da o no en las islas.
En fin, todo lo que te diga es poco. Aquí no hay “ensalás” más que de una clase, que es una especie de lechuguilla verde y muy áspera; no hay coles, no hay más naranjas que unas “cajetes” como nueces; las piñas es preciso “echarlas” sal para comerlas, los tomates buenos vienen en latas, los más gordos limones son como huevo de paloma, la leche es de carabao; la carne, más dura que la piedra; los garbanzos, balas; las gallinas, estopa; la ropa se lava a palos… Llenaría dos pliegos si siguiera así. Sólo estando atacado de una enfermedad del país que se llama chifladura, que es una especie de tontera, puede comprenderse que se diga que aquí hay de todo y todo bueno.


(1) Se refiere al terremoto de 1863. Incluso la catedral levantada con tanto primor de líneas arquitectónicas por Fray Miguel Lino de Ezpeleta se había venido abajo..., y ya iban cinco.

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