domingo, mayo 31, 2009

José Emilio Pardo (XIII)




Calle de la Escolta a orillas del río Pasig. Grabado publicado en La Ilustración Española y Americana (1872)


La vida en Manila

Tardó un poco José Emilio en cogerle el gusto a la vida en Manila. Al principio se quejaba de que la ciudad ofrecía pocas diversiones, prefería incluso quedarse en el barco a "andar por el fango de las calles o gastarse un dineral en carruajes para no ver nada". En la Numancia la comida era ahora “un convite diario” y en las partidas de tresillo era “uno de los maestros". Sin embargo, una vez cobrada una de las cuatro pagas que se debía a la oficialidad y después de las fiestas ya descritas, Pardo se animó a incorporarse a la rutinaria vida social de la colonia. Refiere a sus padres en carta de 7 de octubre:

Entre cuatro amigos tenemos una casa que gana treinta duros por ser muy grande, cómoda, fresca y en buen sitio. Cada uno tiene su criado. Yo me levanto a las siete de la mañana y doy un paseo como desde casa al huerto[1]
; luego voy al casino y tomo café con leche y bizcochos; se ve el diario, vuelvo a casa, me lavo y, a las once, almuerzo en la fonda; de doce a cuatro duermo. A las cinco me baño y me visto para comer, que es a las siete en la misma fonda; de siete a nueve paseo en carruaje; a las nueve al casino, hasta las diez o las once, que se toma té y a dormir; con este método que sigo desde que llegué aquí me va perfectamente; se pasan tres días en tierra y uno a bordo.[1] Entendemos la Huerta de Cigarra, en Medina Sidonia.

viernes, mayo 29, 2009

José Emilio Pardo (XII)

Una accidentada función teatral en Manila


Un día después de la animada noche en la botica del señor Baden y de la tormenta que ni siquiera sintieron, los marinos españoles estaban invitados al teatro. Nos cuenta en sus Impresiones del viaje de circunnavegación de la fragata blindada "Numancia" el teniente de navío e ingeniero Eduardo Iriondo, compañero de nuestro José Emilio:

La empresa del teatro preparó también una función en nuestro obsequio, representándose a propósito, en un acto, La vuelta del marino, compuesto por el capitán de infantería don Enrique Tovar, que concluye con una inspirada y valiente descripción del combate del Callao.

Pero lo cierto es que la función movió más a la risa que a la reflexión, a tenor de lo que refiere Pardo en carta a sus padres el 22 de octubre de 1866.

Al otro día hubo función de teatro, y sucedió que con las aguas se había reunido en los alrededores tal plaga de ranas, que con su ran ran no dejaron oír ni una palabra de la primera pieza, salieron a espantarlas, pero ni por esas callaron los animalejos, hasta que un inteligente en ranas dijo que se encendieran hachones. Así se hizo, y repartidos treinta o cuarenta chiquillos iluminaron los alrededores del Coliseu poniendo en silencio a las que pidieron reír… Estas circunstancias del coro de ranas, sin quitar nada al mérito de la función ni hacerla ridícula, promovieron la verdadera risa, aquella de no respirar en un minuto, sostenerse el estómago con las manos y soltar lágrimas…

miércoles, mayo 27, 2009

José Emilio Pardo (XI)


La botica de Binondo




La acogida en Manila

Como era de esperar, la escuadra española, con la Numancia al frente, fue recibida con todos los honores en la capital de Filipinas. Cuenta José Emilio Pardo en su Diario (22 de octubre de 1866):

Buena acogida tuvimos en Manila. El Ayuntamiento en cuerpo y con sus maceros vino a saludarnos a bordo (caso nunca practicado por dicha corporación); y el comercio nos hizo un fastuoso y abundante regalo de vacas, cerdos, vino, tabaco, frutas, etc., en tal abundancia, que se emplearon más de dos horas en embarcarlo. Hubo fiestas religiosas, bailes, arcos triunfales, etc., etc.

En carta a sus padres precisa los regalos de los comerciantes: "Entre otras cosas venían veinte vacas, doce cerdos gordos, cuatro mil puros, diez pipas de vino y diez de cerveza, veinte damajuanas de anisado, etc." Pero el que pareció más simpático a nuestro marino fue la invitación del farmacéutico Juan García Baden, "hijo de Cádiz, anciano de edad pero mozo de genio y patriota de corazón". He aquí la esquela que recibieron los oficiales de la Numancia.

¡VIVA ISABEL II!
¡LEPANTO, TRAFALGAR, CALLAO!
¡LOOR A LA MARINA ESPAÑOLA!


A los señores Jefes y Oficiales de la Armada Española se les invita para un rato de solaz y confianza, con un brindis por las Glorias Nacionales alcanzadas ante los muros del Callao, y que tan alto han puesto el honor del Glorioso Pabellón Español, con tanto heroismo ostentado.
Con este motivo se ofrece de V. afectísimo S. S. Q. S. M. B.

Juan García Baden

En los altos de la Botica de Binondo a las siete de la noche del lunes 15 del actual. Manila, 14 de octubre 1866.

Por supuesto que nuestros marinos acudieron a la fiesta en la botica, que no defraudó sus expectativas. Corrieron abundantemente jerez y manzanilla, hasta tal punto que ni siquiera se enteraron del huracán que esa noche arrasó la ciudad.

El anciano Baden fue el rey de la broma, de la animación y del entusiasmo. El termómetro moral subió tanto, que baste decir que aquella noche reinó en Manila un terrible huracán que arrancó árboles, perdió buques y arruinó casas; y ya sea por las condiciones acústicas de la morada del señor Baden, por la buena calidad del jerez con que nos obsequió, o por otro motivo, lo cierto es que ninguno de los convidados se enteró del suceso hasta el siguiente día.

lunes, mayo 25, 2009

José Emilio Pardo (X)



Medalla del Callao. Foto cedida por Santiago de la Fuente, http://www.fuenterebollo.com

En Filipinas, que aún era España

Después de veinticinco días de descanso en Tahití (“esta tierra de bendición”), tras la recepción ofrecida por el Gobernador francés (una comida de más de tres horas en que se sirvieron “más de cuarenta platos diversos”), bien abastecidos los buques de “reses, aves, millares de naranjas, tabaco, etc.”, los tripulantes de la escuadra española ponen rumbo a Manila. “Todo el mundo bueno y sano, y completamente restablecidos los enfermos, de los cuales ninguno murió”, escribe José Emilio Pardo en su Diario.

A su llegada a la capital filipina, nuestro marino ha recogido correspondencia (cuatro cartas) remitida por su familia desde Medina Sidonia. Su padre le informa de las repercusiones que ha tenido en España el “hecho del Callao”. Él responde el 18 de septiembre de 1866, a la semana de estar en el puerto de Cavite, un tanto entristecido por la manera en que de nuevo se reconocen los méritos, que siempre paran en los mismos:

Nosotros hicimos lo que pudimos, pero la casualidad o la suerte hizo más. Supongo que los premios y gracias habrán parado en los jefes y favoritos, y los demás nos contentaremos con nuestra medalla y el gusto de contarlo. Haya salud y vamos andando… 

Verdaderamente enfadado con la dejadez en que se tiene a los servidores de la patria, con la consideración que merece España en el extranjero, con el descuido que tiene por sus colonias y con la situación política del país en general, escribe el siguiente párrafo, en verdad premonitorio:

Lo que a todos nos ha contristado y apenado es ver el deplorable estado de nuestra España, y el considerar que de poco sirve el que un puñado ganemos algunas consideraciones para ella, si los que están encargados de la patria la deshonran, envilecen y prostituyen con toda clase de escándalo, sin omitir el asesinato. Dios nos libre del cataclismo que está amenazando años ha. ¿A dónde iremos a parar? ¿Qué suerte estará reservada a un pueblo tan bueno gobernado tan depravadamente? ¿Nos pasará lo que a Polonia? ¿Nos consumiremos a fuerza de vicios como Turquía? ¿O llegaremos a ser marroquíes…?

viernes, mayo 22, 2009

José Emilio Pardo (IX)





























Danzas tahitianas
Una de las cosas que más llamó la atención de José Emilio Pardo, y la de sus compañeros de la Numancia, fueron las características danzas de los otaitianos. Así las describe:

Los bailes son provocativos y desenfrenados. Pies, manos, cintura, ojos, boca… todo se mueve; concluyen con una carcajada. Cuando la pareja es de hombre y mujer sube de punto el color verde de la danza: la mayor parte de las canciones son improvisadas y las dedican a los extranjeros o amigos que tienen delante.

Como contaba Moana, un fornido bailarín tahitiano a quien conocí en una reciente sesión de dibujo del natural, la música, el canto y la danza forman parte esencial de cultura polinesia. Para el isleño es motivo de orgullo poder mostrar las costumbres de sus mayores al mundo occidental, por eso quienes, como él, practican las danzas tradicionales y conocen su significado tienen que esforzarse en que los niños, desde la tierna infancia, aprendan los movimientos rituales. Moana pasa parte del año trabajando en un parque temático de Cataluña y otra parte viajando, ofreciendo su espectáculo en fiestas y ferias. Su rostro siempre muestra alegría.

Entre los bailes destacan la otea, una danza guerrera; la aparima, danza mimada en la cual las manos juegan un gran papel; el hivinau; y la paoa. Los instrumentos empleados para el acompañamiento musical son los toere, tambores; la flauta nasal o vivo; y el pu, especie de concha marina. En las aparimas se emplean los ukeleles hawaianos y guitarras. Los danzantes visten el more, la falda de fibras de purau; las chicas lucen pareo y una corona de flores en las aparimas. Siempre van descalzos.

martes, mayo 19, 2009

José Emilio Pardo (VIII)




La reina Pomaré IV y su marido Arii Faité. Ilustración aparecida en la revista dirigida por Charton Édouard Le tour du monde, nº 787-788 (1872-1874), "Souvenirs du Pacifique" por A. Pailhès

La reina Pomaré IV
Pomaré IV reinó en Tahití entre 1827 y 1877, y tuvo que lidiar con los misioneros protestantes ingleses y los católicos franceses que intentaban encauzar las costumbres de la que llamaban "Sodoma del Pacífico". Finalmente, no le quedó más remedio que aceptar el protectorado francés ante las amenazas del comandante Dupetit Thouars. En la mediación con Francia jugó un papel fundamental su consejero y favorito Ramón Freire Serrano, militar de origen gallego y luego líder de la insurrección chilena, que ejerció como embajador plenipotenciario de la reina. Esto de que la reina tuviera "favoritos" se lo tomaban a chanza algunos europeos "cultos y ricos", como bien deja ver nuestro don Benito Pérez Galdós a través de los personajes de su novela La vuelta al mundo de la Numancia.

Solía el buen Ansúrez acompañarle a tierra; pero en las primeras calles de Papeeté se separaban, pues era el celtíbero más gustoso del libre campo que de la ciudad. En los espectáculos de la silvestre Naturaleza espaciaba sus melancolías, y el trato del pueblo sencillo y afable le resarcía de la desolación de su árida existencia sin afectos. Por las noches, de regreso a bordo, contábale Fenelón sus particulares sucesos del día, y el inocente Ansúrez se lo tragaba todo con crédula voracidad. «Hoy -decía el francés-, me ha dado Pomaré un rato malísimo... Es en extremo celosa... Figúrate que paseando solos, vimos pasar una canaca lindísima: yo la miré...; no hice más que mirarla..., Pomaré furibunda... creí que me arañaba... Hermosa y terrible es la mujer apasionada; yo adoro la pasión; pero la pasión salvaje puede ponerte, por ejemplo, entre las garras de una leona, y esto descompone un poco las más bellas aventuras». Otro día contaba incidentes más gratos: «Hoy me ha dicho Pomaré que no se separará de mí. Pretende que me quede en Otaití de director de las Reales Máquinas... que son una lanchita de vapor, varios relojes y cajas de música, y un aparato por el estilo de lo que llamáis Tío vivo, para solazarse en el jardín...». Y alguna vez no faltaban regias gacetillas: «Hoy se ha puesto tan pesado ese gandul de Arii Faité, que he tenido que darle veinte francos para que fuese a emborracharse, mi palabra... Con unos gritos de la Reina y un empujón mío le echamos a la calle... Yo leo el pensamiento de Pomaré... Si Arii Faité reventara de delirium tremens, ya sé yo quién ocuparía su lugar en el trono».

Ciertamente, la reina Pomaré pasaba de los cincuenta años cuando la Numancia recaló en las costas tahitianas, y suponemos que el contacto con los europeos la había obligado ya a perder su ingenuidad. José Emilio Pardo, con el resto de los oficiales de la Numancia, asistió a las recepciones y saraos que se organizaban en su palacio. Así nos cuenta en su Diario la primera entrevista que tuvieron con la reina:

La conocida reina Pomaré IV nació en 1813; es alta y gruesa, su semblante nada revela, pues siempre está indiferente. Tal vez esta seriedad semi-salvaje sea efecto de que conozca que no es reina más que de nombre, ni su reino, reino; ni sus súbditos, súbditos; ni su patria, patria. Su marido (que no es rey) se llama Arii-Faaité y es un verdadero tipo del indio hermoso. Tendrá unos cuarenta años; alto, grueso, bien formado, risueño y alegre, demuestra que lo mismo le da por lo que va que por lo que viene. Hicimos visita a la reina; su palacio es una casa al estilo de las de Europa, pero de un solo piso, la sala en que nos recibió, adornada con sillas, sofá, mesas, espejos y retratos, se parecía a cualquier habitación de un español de la clase media. Pomaré vestía bata de seda azul abierta de arriba abajo y abrochada, siendo de encaje blanco el adorno de este vestido. Pulseras, sortijas, y pendientes de oro y piedras finas, obras de Europa, y en la cabeza una especie de corona hecha de paja muy delgada. A la puerta de la sala, sin orden alguno pero vestidos de frac negro, estaban los príncipes y el rey. Éste llevaba una especie de uniforme militar. Cuando entramos, la reina permaneció sentada y por medio de intérprete, pues no habla más lengua que la suya, le dijo nuestro jefe que la reina de España sabría con gusto nuestra ida a Otahití y el buen recibimiento que allí habíamos tenido. Su Majestad contestó que agradecía la buena voluntad de la reina de España y que le dijesen que Pomaré la saludaba. Con esto se acabó la recepción.

lunes, mayo 18, 2009

José Emilio Pardo (VII)



http://www.tahiti-tourisme.es/articles.php?id=2276

Los mares de Tahití

Pero, como no sabemos qué fue lo que nuestro teniente de navío relató a sus familiares y conciudadanos asidonenses cuando regresó de su viaje, hemos querido hurgar en su Diario de navegación para recabar algunas noticias sobre las cosas que más le sorprendieron o le gustaron de la isla de Otahití. Extraemos algunos párrafos de lo escrito entre los días 22 de junio y 18 de julio de 1866. El primero, esta preciosa descripción de los fondos marinos del arrecife.

En el arrecife, y varado un bote en dos pies de agua, se nota el fondo del mar lleno de madréporas blancas más hermosas que los lirios de la tierra; de corales rojos y rosa formando arbolillos caprichosísimos; esponjas, conchas y piedrezuelas de todas clases. Sobre este fondo, de por sí admirable, se ven millaradas de pececillos de formas y colores tan variados que es imposible describirlos. Los mayores tendrán seis pulgadas de largo y los más pequeños media y aún quizá menos. Los hay azules, verdes, morados, rojos, amarillos y negros; unos salpicados con manchas de luciente oro, otros de plata y otros con mezcla de seis o siete matices. Cuando les hiere el sol parecen cuerpos metálicos según lo que brillan. Y no hay aquello de ver ahora uno y luego otro, sino que como antes dije, se ven por miles. Yo me pasaba grandes ratos contemplando y admirando aquel cuadro de tan ricos y hermosos esmaltes, a cuyo lado quedarían eclipsados los mejores lienzos de los museos de Roma…

domingo, mayo 17, 2009

José Emilio Pardo (VI)


Más sobre la vida en Tahití

En la misma carta de 14 de julio de 1866 José Emilio confortaba a sus padres: su estado de salud era bueno, comía y bebía a placer, se divertía. He aquí un interesante párrafo donde relata su vida en el paraíso polinesio:

Me levanto a las cinco en punto y me voy a tierra. Allí me espera un indio y un caballo, y me voy a pasear. En el primer río que me gusta, me baño, y a las siete voy a tomar leche muy rica y a visitar a las amigas a las tiendas, pues es la hora de salir a la calle. A las nueve vuelvo a bordo y almuerzo cuatro huevos pasados por agua, bifteck, ensalada, fruta, leche y bizcochos. A las diez y media a tierra, a dormir al fresco hasta las tres, que se lava uno, se viste y se está listo para comer a las cuatro. De cinco a siete, paseo en carruaje. A las siete vamos a palacio en donde nos estamos hasta las ocho, viendo bailar y cantar a uso del país. A las ocho a dormir, y así todos los días. Cuando hay bailes, se suprime el paseo de la mañana. Esta vida de carruaje, caballo, casa en tierra y ropa limpia es muy cara; pero al recordar los ocho meses de arroz y frijoles que hemos pasado, gastamos con gusto en estos veinte o veinticinco días las pagas de tres o cuatro meses.

Pero el marino prefería reservar para su llegada a casa el relato más "completo" de sus experiencias:

Si todo lo de este hermosos país lo fuera a relatar, sería preciso mucho papel: pero en el estante de Mariano hay Los viajes de Dumont D´Ourville[1]
, que hablan de estas islas de la Sociedad o la Citerea, y cuando yo vaya les diré de palabra las costumbres, usos, etc., de estas gentes que han variado mucho de lo que eran hace sesenta años, pero que no han adelantado todo lo que era de desear.

 
[1] Jules Sébastien Dumont d´Urville (1790-1842) fue un marino, explorador y botánico francés que recorrió todos los mares y cartografió las islas de Polinesia y Micronesia. El relato de sus viajes se contiene en 24 volúmenes de texto y otros seis de ilustraciones, una joya en la biblioteca del Doctor Thebussem.

viernes, mayo 15, 2009

Primavera (VI)


José Emilio Pardo (V)




La reina Pomaré IV
La Numancia en Tahití

Una vez bombardeado el puerto del Callao (2 de mayo de 1866), la Numancia y otras naves de la escuadra española reciben órdenes de poner rumbo a Filipinas. La primera parte de la travesía a través del Pacífico estuvo cargada de sinsabores debido a la escasez de comida, según nos relata José Emilio Pardo en su Diario (14 de mayo de 1866):

Desde el día 5 de diciembre del año pasado de 1865 no comunicamos con tierra, de manera que desde aquella época no ha entrado en los buques “fresco” de ninguna clase. Los ranchos ya no son ranchos; se almuerza sopa de ajo “sin ajo” y con aceite malo, un poco de “charquí” (carne seca que usan los indios del Perú y Chile) y café con pan. La comida consta de sopa con caldo de “charquí” y garbanzos duros como un leño; carnero o vaca salada y podrida sin más aliño que vinagre, y la cena se reduce a gazpacho fresco sin ajo ni cebolla.

Pero la víspera de San Juan la Numancia llegaba a Tahití, donde el paisaje es esplendoroso; la comida, abundante; los naturales, amables… En carta a sus padres escribe nuestro marino el 14 de julio de 1866:

Se nos ha recibido con los brazos abiertos, los europeos nos han atendido y obsequiado muchísimo. Nosotros hemos dado un buen baile al que asistió la reina Pomaré y su familia. Hemos gastado mucho, tanto en reponer lo necesario cuanto en comidas, bailes y diversiones. Todo subió de precio tanto que los huevos valen a peseta hoy, y sólo los comemos los españoles, y a mí, que nunca me gustaron los huevos, se me ha desarrollado el gusto ahora, y me almuerzo dieciséis reales de huevos pasados por agua.
La gente del país, raza hermosísima, va degenerando de día en día, sólo por el contacto europeo, y en punto a moral poco han adelantado, pues como hay misioneros católicos y protestantes, los indios no saben a qué carta quedarse y se vuelven a sus ollas de Egipto. Las mujeres se visten con una camisa como las europeas y una bata de algodón; ni más corsés ni zapatos ni otro adorno que una corona de flores naturales. El cabello lo llevan suelto o recogido en dos trenzas muy largas. Son tan aseadas estas indias que se bañan tres veces al día y, cuando comen, de continuo se enjuagan la boca; y lo mismo hace la última que la reina. Son gente alegre y hospitalaria, odian a los franceses y gustan de nosotros porque nos creen mejores, pero, si nos estableciéramos aquí, veríamos que somos lo mismo unos que otros.

sábado, mayo 09, 2009

Poesía (II)

Soneto XXIII
(Garcilaso de la Vega)

 En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;


y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:


coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre;


marchitará la rosa el viento helado.
Todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.

Invitación

























Nuevo número de la revista "Puerta del Sol"

El próximo viernes 22 de mayo los miembros y seguidores de la Revista Cultural "Puerta del Sol" de Medina Sidonia estamos de enhorabuena. En colaboración con el Excmo. Ayuntamiento se presenta en sociedad el número 12 de nuestra revista:

Medina Sidonia, otras miradas

Un libro en el que se recogen "nuevas miradas" a nuestra ciudad desde diversas perspectivas: la creación literaria, la investigación histórica, las artes plásticas, el estudio bibliográfico... Encontrarás artículos sobre la excavación del solar del teatro Thebussem, sobre las galerías subterráneas de la Alcubilla, sobre las pinturas de temática guadalupana existentes en Medina, sobre los azulejos holandeses del siglo XVIII que se conservan en nuestra ciudad o sobre la historia de la casa del Azahar. Conocerás datos biográficos de asidonenses del ayer, como el marino José Emilio Pardo de Figueroa o el político José Suárez Orellana, y del hoy, como Paco Astorga. Tienen su sitio también los relatos de Pérez Montero y José Ángel Quintero, las esculturas de Carla Atkins, las fotografías de Antonio Jesús Pan y, por supuesto, la obra pictórica del pintor afincado en nuestra ciudad Stéphane Braud, que ha realizado el precioso cuadro que ilustra nuestra portada.

El acto de presentación tendrá lugar, Dios mediante, en los salones del Hotel Al-Medina Golf a las 20.30.

Los seguidores de este blog estáis invitados.

Allí mismo podréis adquirir la publicación y suscribiros a nuestra revista.

Hasta entonces.


Medina Sidonia en la Guerra de la Independencia (II)

Un político poco honesto en la Medina Sidonia de 1808


En el cabildo de 30 de abril de 1808, presidido por el regidor decano de la ciudad Juan de la Cruz Parra por ausencia del corregidor Manuel de Rada, el escribano da cuenta de haber remitido a Juan Carlos Dorronsoro, regidor que había sido durante el año 1806, una notificacion en la que se le insta a devolver unos dineros sobrantes, 13.538 reales, del libramiento que se había hecho a favor del Ayuntamiento para pagar una deuda al convento de San Juan de Dios. Como quiera que, pasados casi dos años, el antiguo munícipe, que precisamente había llevado la gestión del asunto, seguía haciéndose el sueco y no reintegraba la sisa, no cabía más que el apremio.

Devito à los caudales de Arvitrios de don Juan Carlos Dorronsoro. Habiendo dado cuenta el presente escribano, cumpliendo con lo que esta prevenido, de haver hecho la notificacion acordada a don Juan Carlos Dorronsoro, Regidor que fue de este Ayuntamiento enel año pasado de mil ochosientos seis, y no haviendo respondido al oficio, que por atencion se le dirigió, expresando la clara y evidente deuda de trese mil quinientos treinta y ocho reales, que resultan de libransa expedida à su favor, de treinta y siete mil quinientos treinta y ocho reales que consta percivió y cobró, según su recibo puesto al reberso, y de que no consta haver entregado mas que veinte y quatro mil reales de vellon al Reverendo Padre Prior del Conbento de San Juan de Dios, en pago de libramiento dado à su favor por la Real Tesoreria de Sevilla, y contra esta ciudad, que expresaba la mencionada cantidad de veinte y quatro mil reales, se acordó que poniendose por el presente escribano en el expediente de execucion y apremio Militar prevenido superiormente contra los deudores de Propios y Arvitrios, testimonio integro de la libransa y del recibo del mencionado Dorronsoro, se le notifique segunda vez pague y satisfaga la mencionada cantidad de trese mil quinientos treinta y ocho reales, dentro del termino presiso y perentorio de seis dias, bajo el apercevimiento de que pasado, y no certificandolo; se prosederá, contra el por apremio Militar, según esta mandado por el Excmo. Sr. Intendente, contra todos los deudores a estos caudales publicos.

viernes, mayo 08, 2009

Primavera (V)


Recién nacido

Etnografía (III)



Sobre cacharros y alfareros asidonenses (III)

En 1876, pocos años después de publicar Thebussem sus noticias sobre el particular modo de vida de los alfareros asidonenses, pagaban su contribución al Ayuntamiento de Medina Sidonia como propietarios de cacharrerías: Juan González García (c/ Torreón, 16), Antonio González (c/ Tahivilla, 5) y Rafael González García (c/ Tahivilla, 5). Alguno de ellos pudo ser su acompañante en las bárbaras cacerías de conejos que describe. La tradición alfarera en la familia González se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX en las personas de Rafael González Moreno y Rafael González Martínez, como nos cuenta Miguel Roa [1].

El “barniz” o esmalte para el vidriado del barro -refiere Roa- se obtenía gracias a los “polisilicatos de plomo formados al calor del horno por la fusión del sulfuro natural o galena”, que se traía desde Linares (Jaén)[2]. En épocas más recientes los alfareros de Medina, con gran desconocimiento de la toxicidad que comportaba su maniobra, obtenían el líquido en que bañaban sus piezas simplemente licuando trozos de plomo procedentes de tuberías desechadas y arrojando sobre él puñados de azufre, cerniendo el polvo negruzco resultante, mezclándolo con arena y, finalmente, diluyéndolo en agua.

Del uso de la cacharrería de cocina asidonense dan cuenta los tres recetarios decimonónicos que estudiamos en el libro Medina Sidonia y su cocina. Algunos recetarios del siglo XIX (2008). En ellos encontramos mencionados cazuelas (en la receta de la mantequilla de almendras se especifica: “una cazuela de dos libras”), anafes, ollas y pucheros, ollones, morteros, torteras, platos, vasos, lebrillos, cacerolas, tarteras, vasijas y pocillos. Pero cabría añadir los cántaros para transportar el agua desde las fuentes y las tinajas para guardarla en el lugar más fresco de la casa; las orzas para conservar manteca, embutidos y carnes; los búcaros; las jarras para el vino tinto que se producía en la ciudad; dornillos para el gazpacho y las sopas...

La cocción de los alimentos se realizaba muy lentamente en marmitas, ollas y cacerolas. En los recetarios mencionados se repiten expresiones como “cocer a candela lenta”, “poca candela”, “dejar la cazuela en el rescoldo”, que nos indican la intensidad de fuego que se precisaba. Para evitar la evaporación excesiva era frecuente tapar el cacharro con un “papel de estraza”. Y si, cuando se consumía el caldo, era necesario “añadir un poquito de agua” a media cocción, muchas veces se contaba con la contenida en un puchero dispuesto encima de la olla del cocido. En otras ocasiones “la cazuela debe estar destapada”. Para hacer los alimentos en su jugo, se empleaban cazuelas y cacerolas con tapadera que permitían poner fuego también encima (“poner candela en la tapadera”). Para los fritos se empleaban las cazuelas. El fuego debía ser entonces más intenso (“candela vivita”). Los asados se preparaban en esta época ayudándose de parrillas y asadores, aunque también se empleaba la cazuela con su tapadera para que los alimentos cocieran “sólo con el calor”.

Hoy, aquellos cacharros que tan diestramente manejaban todavía nuestras abuelas, se han convertido, en el mejor de los casos, en piezas apetecidas por los coleccionistas. De los alfareros y alfarerías de Medina sólo queda el recuerdo.

[1] Miguel Roa Guzmán, “El último alfarero de Medina Sidonia”, Puerta del Sol 5 (2003), Medina Sidonia, pp. 32-45.
[2] “Esta sustancia es denominada `alcohor de alfarero´ y, por corrupción del lenguaje, se le ha llamado `alcohol´”.

sábado, mayo 02, 2009

Etnografía (II)



















Sobre cacharros y alfareros asidonenses (II)


Resulta una auténtica joya como documento etnográfico sobre la vida de los alfareros de Medina a finales del XIX el fragmento escrito por el Doctor Thebussem en su artículo “Ordenanzas municipales[1]” (1871) que a continuación transcribimos:
De los gremios es de lo que no queda ni vestigio. Existe, sí, una especie de confraternidad digna de estudio entre los alfareros de Medina Sidonia, oficio que parece como vinculado y hereditario en cierto número de familias. Creo que los dedicados a esta industria se diferencian por casta de los otros moradores de dicha ciudad. Más que a la raza de Castilla se asemejan a la que puebla el otro lado del Estrecho de Gibraltar. Habitan en el extremo del barrio de San Sebastián, que se halla separado un kilómetro de la ciudad; es decir, que moran en un arrabal de los arrabales. Las alfarerías conservan el tipo de producción morisca, hallándose todas ellas viejas, desmanteladas y ruinosas. El nogal, la parra o la higuera suelen crecer en las puertas de aquellas miserables viviendas, que tienen cierta analogía con la jaima del árabe o con la cabaña del malayo. Allí ves la misma rueda de alfarero de los tiempos bíblicos, sin mejora, ni perfección, ni adelanto; en las toscas vasijas, construidas en tu presencia con rigurosa igualdad matemática, notarás el mismo tipo y corte, la misma estructura y proporciones, el completo facsímile, la vera efigies, del cacharro fenicio, romano, godo o árabe que acaba de hallarse en un antiguo sepulcro o en profunda excavación. Y es tan primitivo el rudo sistema de construir y conservan tan vivas las costumbres de remotas edades, que el alfarero medinés apenas hace uso del dinero ni se aprovecha de las ventajas de la moneda. Verás el sistema: llega el día de deshornar, y con algunas horas de anticipación van apareciendo en el patio de la fábrica, como buitres que han divisado carne, numerosos acreedores: el del barro, el del “alcohol”, el de la leña…, acompañados de panaderos, tenderos, taberneros, etc., etc. Es una especie de concurso al aire libre, sin trámites judiciales, sin cadí, ni juez, ni cartulario, ni papel sellado. Cada uno hace presa y forma montón para cobrar en especie; siempre falta, es decir, siempre sale alcanzado el fabricante. A éste poco le importa; los acreedores son los que disputan y gruñen como perros que litigan un hueso. Con la impavidez de un estoico presencia el alfarero aquella partija; para él no hay motivo de pena ni de apuro, puesto que el panadero vuelve a dar pan y el de la taberna vuelve a fiar el vino. Se come, se bebe, se fuma, se descansa y se fija el día de la partida de caza, caza que se verifica sin pólvora, sin caballos, sin flechas y sin aves de altanería. Perros y hurones, palos y azadas…, y al campo. Los podencos levantan un conejo y, si se les escapa, señalan la madriguera; suéltase el hurón y, no dando resultado tampoco, comienza el verdadero lance, el bello ideal de la cacería, que es la destrucción del escondite del animal hecha con azadas. Remuévense metros y metros de tierra, se cava, se ahonda, se siguen las sinuosidades de la galería subterránea con un afán, con una habilidad, con una inteligencia y con un vértigo de alegría que espantan; hasta hallar al tímido gazapo, que muere a palos o en la boca de los perros. El sistema no puede ser más trivial ni más primitivo: es la teoría de cortar el árbol para coger la fruta. Si las habitaciones del conejo quedan deshechas, eso no importa; ellos labrarán otras (me decían); estas casas son baratas, pues no necesitan ni albañiles, ni carpinteros, ni cal, ni arena, ni madera, ni ladrillos.
¡Cuántas veces… en las fastuosas cacerías dadas por Napoleón III en Compiègnes, por el opulento Salamanca en Llanos, o por el egregio Duque de Rutland en sus extensos parques de Escocia, nos valíamos de azores, neblíes y gerifaltes; cuántas veces, repito, en estas y análogas partidas de reyes, príncipes y magnates, a las cuales he tenido la honra de asistir, me acordaba con placer y con envidia de la azada y del hurón del alfarero medinés! ¡Cuántas veces al regresar a los castillos y palacios y al sentarme a mesa lujosa y espléndidamente servida, bajo la dirección de maestros tan hábiles como mis buenos amigos Julio Gouffé o León Canivet, lumbreras de la cocina moderna, he recordado la bota de vino tinto y la exquisita salsa de la hambre, que nos hacía hallar deliciosos el pan, queso, rábanos y aceitunas que devorábamos tendidos sobre palmas, lentiscos y maleza de Wad-el-bacar o de los Almeriques![2]
Perdona la digresión, y tornemos a nuestros alfareros. A los ocho días de descanso, de fiesta y de culto a Baco, vuelven a preparar el barro, a hacer girar su rueda y a encender sus hornos; de nuevo aparecen los acreedores cobrando sus créditos en frágiles cacharros; es decir, que todo se repite por turno riguroso… Apuntaré otro rasgo característico de nuestro artesano o fabricante, o como se llame. Lleva en sus hombros al compañero que fallece, y cava la fosa y lo entierra. Ofréceles un puñado de oro, el mejor hurón, el más fino podenco; proponles no más que carguen con el cadáver del que no fue de su oficio… Ni la cara que ponen puedo yo pintártela; ni la respuesta que dan, escribírtela. Te aconsejo, sí, que a villanos de navaja y garrote no hables nunca, ni aun en broma, de cosa con que puedan ofenderse o incomodarse.


[1] M. Pardo de Figueroa, Primera ración de artículos, Madrid, 1892, pp. 337-348.
[2] Huelvacar y Los Almeriques son fincas del término de Medina Sidonia.

Etnografía (I)




Sobre cacharros y alfareros asidonenses (I)
Los cacharros tradicionalmente empleados en las cocinas de Medina Sidonia han sido, hasta bien avanzado el siglo XX, los de barro cocido. En la propia ciudad se fabricaban gran cantidad de enseres para el servicio de la mesa (aunque un tanto toscos) e inmejorables ollas y cazuelas, cuyos excedentes se comercializaban en Cádiz y el Campo de Gibraltar, e incluso llegaron a América y Filipinas. La condición de la arcilla refractaria extraída en las cercanías del pueblo la hacía más apropiada para resistir altas temperaturas sin resquebrajarse que para acabados demasiado finos. Funcionaban en Medina a finales del siglo XVIII veintiséis tornos de alfarero, que cocían al año casi trescientas noventa hornadas y daban trabajo a gran cantidad de personas: desde los arrieros, que traían la preciada tierra y luego la transportaban convertida en multitud de piezas, hasta los operarios encargados del pisado en las pilas, del amasado de las pellas, de montar los hornos, de hacer el “vedrío” o vidriado… El vicario Martínez refería a propósito de los alfares asidonenses[1]:

Para este efecto es singular esta loza, sin que quepa adelanto; porque la porosidad y finura del barro contribuyen a la más pronta penetración del fuego, blandura y cocimiento de los manjares, que preparándose en él nada pierden de su natural gusto.
A este efecto se trabajaban piezas de todas hechuras y dimensiones para un servicio completo, tanto para comer como para beber, labrándose también otras de primor para diferentes usos de gusto y comodidad. Si al barniz resplandeciente con que se tintura, que jamás se le desprende y que imita en el color al del carey, se le agregase que su masa fuese sobada y perfeccionada de modo que quedase más fina y sin mezcla de materias heterogéneas, se podrían fabricar, con grande utilidad de sus artífices y del común, buenos y baratos utensilios de mesa. No obstante, tiene ésta de Medina toda su estimación en su destino principal del fuego en la cocina, para toda especie de cochura en los alimentos.

El Vicario se quejaba de que no hubiera podido entrar en funcionamiento una fábrica que
quería montar un comerciante inglés vecino de Cádiz destinada a producir loza blanca de calidad (“que llaman de pedernal”) con los materiales extraídos de la dehesa de La Esperilla. “Se ha hecho un ensayo –dice–..., y sale tan fina como la que viene de Inglaterra”.


[1] F. Martínez, Historia de la ciudad de Medina Sidonia, Cádiz, 1875, pp. 127-128.

viernes, mayo 01, 2009

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