miércoles, abril 08, 2009

José Emilio Pardo (III)



















Otro testimonio sobre la Guerra del Pacífico


El 16 de marzo de 1866 el teniente de la Numancia José Emilio Pardo copia en su Diario de Navegación una carta remitida al director de El Eco de Cádiz en la que refiere la peligrosa travesía de las fragatas Blanca y Numancia por el archipiélago de Chiloé en busca de la flota chilena que, evitando un encuentro con la española en mar abierto, se había refugiado allí aprovechando lo abrupto y laberíntico de sus costas. El oficial asidonense se detiene en la singular estratagema que empleó para apresar a los militares chilenos que navegaban camuflados a bordo del vapor Paquete Maule.

"Amigo mío:
El día 17 de febrero salimos juntos con la Blanca, experimentando tiempos contrarios y mares gruesas hasta llegar al sur de Chiloé. Navegando ya entre dicha isla y la costa patagónica, neblinas densas y pertinaces nos tenían días enteros sin saber dónde estábamos, y esto pasaba como a unas quince millas de la costa, con mareas fuertes y corrientes inciertas. Iban los buques “a la voz” uno de otro, pero sin vernos, y si en aquellas noches terribles y angustiosas hubiera oído España el himno de Bilbao que tocaba nuestra música, y al que contestaba la Blanca con vivas a nuestra patria, es seguro que el país entero hubiese dicho que no siguiéramos adelante.
Por fin, el 3 de marzo llegamos al lugar donde creíamos que estarían los buques; cruzamos sobre piedras, pasamos sobre escollos desconocidos, pero al fin llegamos. Viendo que no estaban, nos fuimos a fondear donde creímos más oportuno y, contando con que la marea bajaría de diez a quince pies, elegimos la isla de Tabón. Dejamos caer anclas, pero a la media hora notó la Blanca que el agua vaciaba con fuerza extraordinaria, levó y se vino junto a nosotros. A las cuatro horas el sitio en que el antedicho buque estuvo fondeado en diez brazas era un monte de piedra… ¡La marea había bajado ochenta y cuatro pies
! Los planos y derroteros no se ocupan mucho en describir estos parajes, pues suponen, y con razón, que nadie navegará por ellos. Supimos en Tabón por los naturales (que aún se creen súbditos de España) que el combate entre nuestras fragatas y la escuadra aliada fue fatal para ésta (…) Enderezamos a la bahía del famoso Arauco para hacer un desembarco en una isla que hay en ella y batirnos con soldados que suponíamos habría allí, y conocer a los descendientes del membrudo Caupolicán; pero el día 10, al estar alistándolo todo para saltar a tierra, vimos un vapor a lo lejos. La Blanca largó sus anclas y lo persiguió, al cabo de dos horas lo tuvo a una legua de distancia y le hizo disparos con cañones rayados. Paró entonces la máquina, y, reconocido, se tuvo por sospechoso, pues bajo la bandera inglesa conducía unos cien hombres. Al fondear cerca de la Numancia, fui yo el encargado de hacer un segundo reconocimiento con más detención. Llegué al buque y acto continuo, sin que precediese pregunta ni conversación alguna, mandé que todos los tripulantes formasen “a dos en fondo y alineasen por la derecha”, y como esto lo verificaran con la precisión y pericia de militares, los declaré prisioneros. Entonces un señor vestido de paisano, como el resto de la tropa, me dijo que él era un viajero pacífico, y que yo hollaba el pabellón británico con mi mandato, pues me debían ser conocidas las leyes y principios del derecho internacional, a lo cual respondile que yo respetaba las banderas amigas, si éstas se hacían respetar siendo neutrales; pero que, si faltaban a la neutralidad, nunca las respetaría; que, en cuanto a mis conocimientos, se reducían a saber un poco de ejercicio de cañón y a tener obediencia a mis jefes. Con esta respuesta, un tanto seca y fría, se entregaron prisioneros, y después se aclaró que iban allí un capitán de corbeta, tres tenientes de navío, diez marineros, una compañía de artilleros con su capitán, teniente y alférez, un contador, un sangrador y un maestre de víveres, o sea un total de 130 hombres de tropa chilena (…)
Como nuestra idea al desembarcar para batirnos era hacer prisioneros, nos dimos por contentos con los ya cogidos. Al día siguiente me comisionaron para ir mandando la lancha de la fragata y, en unión con la Blanca, ir a Lota para ver si apresábamos algún carbón. Llegamos al puerto; la Blanca se quedó a distancia, y yo fui al fondeadero con mi lanchita; cayeron dos pájaros, como dicen en nuestra tierra, el uno con 700 y el otro con 400 toneladas de carbón, cuyas 1100 apresé en seguida. Comuniquelo a Topete
[1], y éste aprobó. Volví, levaron anclas, y a remolque vinieron a la popa de la Blanca (…)"

[1] Juan Bautista Topete, comandante de la Blanca.

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