miércoles, abril 29, 2009

Esculturas romanas (V)









El togado del Ayuntamiento (II)


El 20 de agosto de 1926 el alcalde de Medina Sidonia, don Antonio María de Puelles y Puelles, gran aficionado a la arqueología como quedó visto en el memorial que redactó para dar cuenta del hallazgo de la pieza, remitía al presidente de la Real Academia de la Historia, una fotografía de la misma. La instantánea muestra la estatua bajo los soportales de las Casas Consistoriales de la ciudad, justo a la izquierda de la puerta principal, y es idéntica a la que nos ofrece Miguel Roa Guzmán en su libro Medina Sidonia, más de un siglo en imágenes (p. 56). La documentación asidonense fue puesta a disposición de la Comisión de Antigüedades de la Academia, presidida por el Conde de Cedillo, el 5 de octubre. Fue encargado su estudio a don José Ramón Mélida y Alinari (1856-1933), ilustre arqueólogo que dirigió excavaciones en Numancia y Mérida –cuyo teatro romano descubrió–, director del Museo Arqueológico Nacional desde 1916, catedrático en la Universidad Central, etc. Dos años después del descubrimiento, en la sesión del 9 de noviembre de 1928, el profesor Mélida presentaba su informe. Extraemos del mismo los pasajes más interesantes:

La estatua, falta de cabeza y manos, algo mayor que el natural, como de costumbre en esta clase de obras del arte romano, mide 2 m 825. Representa un personaje togado, en pie, que tiene a su lado izquierdo una caja de volúmenes redonda. A lo que puede juzgarse por la deficiente fotografía es una escultura de buen arte y parece, en lo que de ella se conserva, que no ha sufrido mucho. Es en suma un buen ejemplar de tipo conocido y repetido en imágenes de magistrados. De la inscripción que se dice tiene en la base, unos signos numerales al parecer, no es posible formar juicio sin una reproducción exacta.
En cuanto al destino que debe darse a la estatua la Comisión entiende que no siendo propio emplear como adorno de jardines los mármoles antiguos, sino guardarlos con mayores garantías de conservación donde puedan ser estudiados, será conveniente pase a formar parte de las colecciones del Mueso Arqueológico Provincial de Cádiz o del Arqueológico Nacional.

Poco se añadía, pues, a lo apuntado por el alcalde Puelles salvo la advertencia, que hoy nos parece perogrullada, de que la escultura no podía exponerse al aire libre. La sugerencia de que fuese trasladada a Cádiz o a Madrid sin duda no sentaría bien en el consistorio asidonense, pero, al fin y al cabo, esta decisión competía a otras instancias.
D. Antonio María de Puelles y la estatua recién descubierta. Fotos cedidas por Miguel Roa

domingo, abril 26, 2009

Calles (I)


Una imagen de otro tiempo en la calle Álamo (Medina Sidonia)

Esculturas romanas (IV)


























El togado del Ayuntamiento (I)

El 24 de mayo de 1926 el Ayuntamiento de Medina Sidonia remitía a la Real Academia de la Historia un oficio firmado por su alcalde don Antonio María de Puelles en el que daba cuenta del reciente hallazgo, durante las obras de renovación del alcantarillado de la calle Padre Félix (hoy, La Loba), de una escultura de época romana que representaba a un togado. En el documento se transcribe literalmente el acuerdo adoptado sobre el particular por la Comisión Permanente del Ayuntamiento celebrada el 20 del mismo mes. Dice así (corregimos la ortografía):

Dada cuenta por el Señor Alcalde que con motivo de la obra de ejecución del plan de alcantarillado, al profundizarse la canalizacion de la calle Padre Félix y destruirse la cañería antigua, se encontró el día 11 de los corrientes, una estatua de mármol blanco sin cabeza ni brazos, que debieron hallarse colocados en las oquedades que se advierten en dicha estatua, la que tiene una altura desde la base al principio del cuello de 2 metros y 825 milímetros; y que tal estatua representa un magistrado romano con su túnica y toga, teniendo a los pies una caja cilíndrica y esculpida debajo de la base de la estatua una inscripción con esta leyenda (véase imagen arriba); siendo el estilo el helenístico propio del arte romano; y expuesto asimismo por el Señor Presidente que tal monumento arqueológico pertenece al Estado con arreglo a lo dispuesto en la ley de 7 de julio de 1911 y Reglamento de 1º de marzo de 1912, sin perjuicio del derecho que tiene esta Corporación al percibo del valor del total en que sea tasado y a la custodia en depósito de tal objeto arqueológico; S. E. acordó se participe tal descubrimiento por conducto del Excmo. Señor Gobernador Civil al Excmo. Señor Ministro de Instrucción Pública, Director General de Bellas Artes, Reales Academia de la Historia y Bellas Artes y Delegado de la Junta Superior de Excavaciones de esta provincia, y solicitar del Excmo. Señor Ministro conceda al Excmo. Ayuntamiento de Medina Sidonia el depósito y custodia perpetua del monumento arqueológico de referencia para que se ostente en esta localidad como clara memoria de su antigüedad e importancia histórica, sirviendo de ornato al jardín pequeño de este municipio donde se hallaría preservado con la verja que en la actualidad existe y encuadraría con el conjunto del jardín, siendo así que en ellos se situaba en la antigüedad dichas estatuas, cuando eran sepulcrales como es probable lo sea ésta.  


Como vemos, el acuerdo tiene el propósito fundamental de dar cuenta del hallazgo y solicitar que la pieza se quede en la ciudad. Su emplazamiento sería el llamado “Caminillo Chico”.
Sobre los detalles de la pieza se añadía:


La caja cilíndrica que se halla labrada como el resto del monumento, en el mismo bloque de mármol blanco, tiene una altura de 35 centímetros y de diámetro 240 milímetros, hallándose adornada por una cinta en forma sinuosa, y corresponde tal objeto a simbolizar la cualidad de magistrado encargado de aplicar las leyes, que se suponen contenidas en la caja, pues, como es sabido, se extendían tales documentos en largas cintas de cuero, pergamino, vitela, papiro, etc., enrollándose en una vara y desarrollándose para su lectura. En cuanto a la anatomía, obsérvase que el tamaño del hombre esculpido es superior al normal, pues, aun contando con el mayor desarrollo y robustez de nuestros antepasados, no llegaron a tener de estatura más de dos metros que tendría el representado en la estatua de ser exacto el tamaño del simulacro al del modelo; pues por lo demás los miembros se hallan esculpidos con gran propiedad anatómica y en la misma pureza de línea se hallan expresados los pliegues y demás partes de la indumentaria.

Y sobre la inscripción incluso se apuntaba una posible interpretación:

Llama la atención por lo desusado la única inscripción que aparece debajo de la base de la estatua. Dibujada la inscripción en ese sitio no visible después de emplazada la estatua, es de suponer que grabó esa leyenda algún oficial del escultor, con la intención de recordar a las generaciones venideras, fecha referente a la muerte del honorificado con el privilegio de imagen pues el trazado de las letras es rudo e incorrecto y en particular la L se halla colocada en forma invertida así ┘; la primera X tiene el ángulo superior mucho mayor que el inferior y la D se halla trazada con gallardía teniendo ligada una C cuyos trazos en vez de ser curvilíneos son semirectilíneos, entendiendo el que suscribe que leído todo en esta forma L X I I X D C parece haberse querido expresar que el honrado con la estatua murió a los 62 años, en el 590 de la fundación de Roma o los 164 antes de Jesucristo.

Don Antonio María de Puelles no descartaba que en las proximidades de la calle Padre Félix, cercana a la Calzada, pudiesen encontrarse enterramientos romanos ya que en la misma zona se habían producido otros hallazgos arqueológicos de parecida índole.

Sobre el pedestal de la estatua sólo podía suponer que sería semejante a los que se encontraban desde antiguo empotrados en la portada del trascoro de la Iglesia de Santa María la Coronada. No se encontraron cabeza ni manos de la escultura, pero los deterioros que presentaba eran mínimos: “La caída de la estatua no la destrozó grandemente, salvo la punta del pie derecho que se halla bastante cortada en forma que revela es ajena a la voluntad del hombre tal fractura”.




viernes, abril 24, 2009

Esculturas romanas (III)



























Un retrato de Agripina (III)


De la colección de don Carlos Sanz López, la cabeza de Agripina y el torso al que aparecía unido en la fotografía del Catálogo de Romero de Torres pasaron al Museo Arqueológico Nacional (Madrid), donde hoy pueden admirarse en lugar principal. Evidentemente, el torso no es masculino, como suponía nuestro Vicario; basta observar la gracia del movimiento, la redondez de la mano y, sobre todo, su vestimenta: túnica y palla. La palla podía servir como chal o bufanda. Esta especie de velo, prenda femenina tradicional, se sujetaba sin agujetas ni broches y se colocaba sobre las otras prendas enrollándose al cuerpo e incluso cubriendo la cabeza a modo de capucha.


Fotos wikipedia

martes, abril 21, 2009

Esculturas romanas (II)

























Un retrato de Agripina (II)


La escultura romana a que nos venimos refiriendo estuvo adornando el patio de "la casa del Vicario" hasta, al menos, los años cuarenta del pasado siglo, según el testimonio de algunos asidonenses que allí la vieron. Pero en 1956 las dos piezas de la misma, cabeza y cuerpo, se encontraban ya (y no sabemos por el momento cómo llegaron allí) en la colección de don Carlos Sanz López, en Madrid, donde pudo estudiarlas, en profundidad y con el conocimiento que exigía una pieza arqueológica de tal valor, el profesor don José María Blázquez Martínez. En su artículo "Cabeza de Agrippina, de Medina Sidonia" (Archivo Español de Arqueología 29, nº 93-94, 1956, pp. 204-206), Blázquez descarta rotundamente que la cabeza perteneciera precisamente al cuerpo sobre el que se encontraba cuando la examinó Romero de Torres aunque, curiosamente, no hace referencia alguna a cómo fueron halladas las dos piezas ni recoge las citas del Vicario Martínez. Blázquez se centra particularmente en el estudio de la cabeza, de cuyo frente y perfil izquierdo ofrece fotografías(1). Se trata, dice, de una obra labrada en mármol blanco, de 0,35 m, que ha perdido la pátina del tiempo porque ha sido lavada, y que presenta deterioros en la nariz y en la parte derecha de la cabeza, aunque "estas faltas... no empañan la serena belleza de este rostro juvenil, en el que brillan la dignidad y nobleza de una dama de la alta aristocracia romana". Sigue la descripción:
El rostro de facciones llenas, bellas y aristocráticas; los ojos son grandes y muy abiertos; la boca es pequeña, y los labios finos; el óvalo facial más bien es redondo, y las mejillas carnosas; el cuello, corto y ancho... El peinado enmarca el rostro por la frente y por los temporales, hasta los oídos, aureolándolo con una triple hilera de rizos, punteados en el centro de diminutos caracoles con toques de trépano; los rizos de los temporales terminan detrás de los oídos en dos trenzas, que se recogen en la nuca, en un moño, de que sólo se conserva la parte superior. Un bucle sobresale encima del lóbulo de la oreja, y otros tres hay en la nuca, a ambos lados de la trenza. Los lóbulos de ambas orejas se encuentran sin perforar.
La parte occipital de la cabeza no presenta las estrías del cabello, pues el pelo de la coronilla no está labrado. Evidentemente, el escultor trabajó con esmero la parte frontal de esta magnífica cabeza, pero descuidó la parte posterior; sin duda, pues, estaba labrada para ser vista sólo de frente.
El estilo del peinado es el propio de la época julio-claudia y es el que llevan la mayoría de los bustos de ambas Agripinas y de otras muchas mujeres contemporáneas.
Blázquez ofrece referencias precisas sobre cabezas que llevan el mismo peinado halladas en España o fuera de ella, nombrando particularmente una figura de Livia del Museo de Valencia y una cabeza femenina hallada en Segóbriga.
En cuanto al personaje representado dice que, si bien hay ciertas semejanzas con las imágenes de Antonia la Menor, madre de Germánico, se parece más a la Agripina (según identificación de Espérandieu) del Museo de Colonia, o a la Agripina Minor (según Fuchs) del Museo de Ancona. Con esta última, apunta Blázquez, comparte el caracol que cae sobre el lóbulo de la oreja. La pieza debió de ser esculpida a finales de la dinastía julio-claudia o a comienzos de la flavia.
En resumen, en opinión del profesor Blázquez, quedaba claro que la cabeza y el torso fotografiados en el catálogo de Romero de Torres nada tenían que ver, que la cabeza fue labrada en el s. I d. C., que probablemente representara a Agripina la Menor, que la imagen fue concebida para ser mirada de frente... Desgraciadamente, las noticias aportadas por el Vicario, algunas de ellas muy valiosas, desaparecían de la bibliografía especializada.


domingo, abril 19, 2009

Esculturas romanas (I)























Un retrato de Agripina (I)


En el Catálogo Monumental de España correspondiente a la provincia de Cádiz, elaborado entre 1908 y 1909 por Enrique Romero de Torres aunque publicado en 1934, la lámina LXIV ofrece una reproducción fotográfica de una escultura romana de Medina Sidonia en la que se combinaban dos elementos procedentes de piezas diferentes, a juicio del investigador: una "estatua senatorial de mármol", a la que faltaba la mano izquierda, y una cabeza, igualmente de mármol, de proporciones ligeramente mayores a las del cuerpo. Romero de Torres apuntaba que la pieza, en el estado en que se presentaba en la imagen, se custodiaba "con todo el aprecio que merece tan notable obra, en el patio de la casa que fue de doña Francisca Velázquez de Martínez, hoy propiedad de don Joaquín Enrile".
Joaquín María Enrile y Méndez fue el editor, como todos sabemos, de la Historia de la ciudad de Medina Sidonia del Doctor Francisco Martínez y Delgado (1875). Asumió esta tarea atendiendo a la disposición testamentaria de su tío Jerónimo Martínez Enrile, sobrino a su vez del vicario historiador y esposo de Francisca Velázquez y Gómez, en cuya casa de la calle San Juan número 13 -que había sido propiedad del vicario Martínez y donde precisamente falleció- se encontraba la estatua.
Era, pues, necesario acudir a la obra del vicario Martínez (1735-1804) por si en ella aparecían noticias sobre la estatua que se conservó en "su patio". Y, efectivamente, en las páginas 38 y 39 dedicaba un buen espacio a la misma. Sobre el cuerpo dice:
En el mes de mayo del año de 1773, abriéndose los cimientos para una casa que hacía labrar don Pedro Parra y Arcos, presbítero, al principio de la calle de La Loba, junto al Convento de San Cristóbal, se halló una estatua togada de mármol blanco de dos varas y tres dedos de alto. Está primorosamente trabajada: se percibe bien la finura de su ropaje, y por su transparencia se señalan con tanta propiedad las piernas y músculos como si estuviera desnuda. Conservan mucha hermosura la muñeca y mano derecha; con tres dedos de ésta recoge un poco el ropaje, y con el índice señala el pecho izquierdo que descubre con esta acción. Esta circunstancia dio motivo para juzgar que era estatua de mujer, pero lo repugna el ropaje y lo pequeño que se advierte ser el pecho. Le falta la cabeza y mano izquierda que no se hallaron; pero sí varios fragmentos del pedestal y columnas donde estaría colocada, y en lo que falta habría sin duda inscripción dedicatoria.
Sobre la cabeza apunta a continuación:
Pocos meses antes, descombrando terreno para obrar en la cerca del Convento de San Francisco, como a un tiro de fusil del sitio donde se encontró la citada estatua, se había hallado una cabeza de la misma materia, a la que nada le falta si no es parte de una oreja y un poco de la punta de la nariz. Está peinada toda de rizos cortos a la manera que se usó en la mediación de este siglo, y se llamaba peinado "a la borreguilla", o más cultamente "a la romana". Parece ser de hombre, y quizás la de dicha estatua. Para juzgarlo así hay fundamento en la proporción e inmediación del sitio donde se hallaron y la exactitud con que se ajusta a la estatua.
Según el vicario Martínez, por tanto, el cuerpo pertenecía a una estatua masculina, y la cabeza, que tan bien se le ajustaba en su opinión, podía ser perfectamente la suya a pesar del voluminoso peinado.

José Emilio Pardo (IV)






Otra humorada de Pardo


Para información de pesados e inoportunos que viniesen a turbar el merecido descanso del marino presto al embarque o recién llegado de azarosa o rutinaria travesía, José Emilio Pardo de Figueroa, que no iba a la zaga de su hermano Mariano en cuanto a chistoso y ocurrente, mandó imprimir esta esquela que hacía fijar en los lugares más frecuentados por él en la ciudad de Cádiz:



MANIFIESTO

JOSÉ EMILIO PARDO acaba de llegar a esta ciudad y permanecerá en ella por POCOS DÍAS. Recibe avisos, cartas y recados en la Peluquería de Cortés, calle Ancha, y en el Café de Apolo, plaza de San Antonio. –En ambos sitios a las horas de costumbre. Come y duerme en una de las posadas de esta población.

NOTA

Advierte a sus numerosos favorecedores que, si permanece en Cádiz por más tiempo de POCOS DÍAS, lo verifica por poderosas razones independientes de su voluntad.

ADVERTENCIA

Suelen hacerle sus parroquianos alguna o algunas de las siguientes preguntas:
– ¡Hola!... ¿Cuándo viniste?
– ¡Dime!... ¿Cuándo te vas?
– ¡Oye!... ¿Dónde vives?
– ¡Escucha! ¿Vas a la ópera? ¿Vienes por mucho tiempo? ¿Cobraste la paga? Etc., etc., etc.
Si a éste o análogo interrogatorio contesta diciendo:
– Hace poco...
– Un día de éstos...
– En la posada...
– Quizá me abone...
– Según...
– Un pico..., etc., etc., etc,
es dar a entender (y aquí lo dice con toda claridad del habla castellana) que no quiere replicar de un modo claro, categórico y preciso a las preguntas que se le hacen. (¿ME EXPLICO O NO ME EXPLICO?)

AVISO

Aunque enemiguísimo declarado de llevar y traer encargos, sin embargo, en obsequio a sus amigos, parientes y conocidos, porteará de balde las memorias y los recuerdos verbales por muchos y muy encarecidos que sean. Advierte que no responde de sus olvidos, ya sean VOLUNTARIOS o ya sean INVOLUNTARIOS (como dicen –diciendo una barbaridad– los avisos de entierros o funerales). He dicho.

Hoy tantos de tal mes y año corriente.

domingo, abril 12, 2009

Medina Sidonia en la Guerra de la Independencia (I)

















Un joven soldado asidonense en la Guerra de la Independencia


Iba Francisco de Paula Butrón y Pareja para cura (sus hermanos mayores Alonso María y José María pertenecían a la Real Armada) cuando su padre, el entusiasta teniente de navío retirado y munícipe asidonense José Butrón y Cortés, algo picado por algunos reproches que le tildaban de "antipatriota" y por la desidia con la que sus convecinos se disponían en la vigilancia contra el francés, le pidió que ingresara como soldado raso en el ejército: "Hijo mío, se acabó el ser capigorrón, la nación se halla en urgentísimo peligro; eres mozo y, aunque cojo, muy robusto para tus quince años. Si quieres complacerme, debes tomar el partido de servir al rey como soldado raso" (Carta familiar..., 18 de abril de 1816). José Butrón había sido nombrado capitán a guerra de la ciudad de Medina Sidonia y a duras penas estaba consiguiendo organizar las llamadas milicias honradas. Quería predicar con el ejemplo.
Con quince años, Francisco de Paula Butrón ingresa en el Regimiento de Caballería de Dragones de Pavía con el que participa en la batalla de Bailén, de la que trajo como recuerdo a su casa un sable de un marino de la Guardia Imperial francesa. Ascendido a alférez, tomó parte en la batalla de Talavera, donde ganó la cruz con que se premió a los distinguidos en la refriega. Luchó en Uclés y en Vitoria, y fue herido por una lanzada de un dragón francés en la batalla de Alcalá la Real el 27 de enero de 1810. Con sólo 18 años quedó inútil para el servicio después de las heridas sufridas en la defensa de Ciudad Real, cuando las tropas francesas ya se abrían camino irremisiblemente hacia Andalucía. Allí fue hecho prisionero pero pronto escaparía de su cárcel.
Mucho costó a su padre mantener la caballería y la impedimenta necesaria para que Francisco de Paula participara en las acciones de combate, pero más le costó asumir que, finalizada la contienda, su hijo, llevado por su alocado consejo, no hubiera pasado de alférez cuando otros con menos méritos eran capitanes o tenientes coroneles.


sábado, abril 11, 2009

Thebussem (VII)


Thebussem (VI)


Una curiosa investigación sobre la limpieza en comedores y cocinas


La buena mesa es siempre mesa aseada, por la misma razón que la mesa aseada (por modestos que sean los manjares) debe calificarse también de mesa buena. La pulcritud va paralela con los alimentos, y por eso sin duda escribió el famoso Rojas "Que pan blanco y limpia mesa / Abren las ganas a un muerto".
(Thebussem)


Durante su estancia de dos meses en Madrid a finales de 1887, el Doctor Thebussem, el afamado y misterioso escritor cuya apariencia fue por fin revelada gracias al grabado de Badillo y Carretero que apareció en La Ilustración Española y Americana el 8 de noviembre de ese año, fue invitado a las mejores casas de la corte y no daba abasto para atender banquetes en su honor. De todos ellos guardó la tarjeta de menú como era su costumbre. Puesto que hacía tiempo que no volvía a la capital, no dejó de lado la oportunidad de conocer los nuevos establecimientos de comidas, los últimos restaurantes que se habían abierto y las tiendas de comestibles, que habían aumentado notablemente. Siempre dispuesto a sorprendernos, quiso también saber si el evidente progreso de las cosas de la cocina y el comedor había conllevado la mejora de los hábitos de limpieza en la mesa entre los madrileños de alto copete. Así que emprendió un experimento, una verdadera "prueba del algodón", que él mismo relató con su gracejo habitual ("Notas culinarias", 1888):
"Yo necesitaba saber los grados de suciedad de los manteles y servilletas de Madrid, y los grados de limpieza de los cuchillos. Nada más fácil que averiguarlo, empleando para ello cortas cantidades de tiempo, de dinero y de paciencia.
Medias burdas azules y alpargatas de cáñamo, pañuelo en la cabeza y una manta por abrigo, cincuenta libras de buen jabón para repartirlo como muestra, una bota de anisado de Mallorca, acento mallorquín… y a los lavaderos. ¡Cuánto gocé en mis expediciones matutinas a casi todos los lavaderos de Madrid! Allí es donde se estudia, mejor que en parte alguna, y donde yo he procurado siempre estudiar el estado social, moral e higiénico de los pueblos. Habré, quizá, omitido la visita de templos, palacios, fábricas y archivos, pero jamás he faltado a los lavaderos. Allí se verifica una especie de autopsia, y allí desaparecen a mis ojos el asco y la repugnancia, como desaparecen la repugnancia y el asco al contemplar científicamente el estrago que una dolencia ha causado en el corazón y en los pulmones. En la ropa sucia se halla la verdadera verdad de las condiciones físicas y morales de cada familia. Si queréis saber el estado del culto religioso de un pueblo sin poner los pies en la iglesia, examinad las albas y amitos que lleva a la colada. Si pretendéis conocer la cultura de su mesa, contemplad los manteles y servilletas que echa al lavado. Se podrá engañar a los jueces, a los bolsistas, a los bancos, a los electores, a la policía, al Consejo de Ministros, al Parlamento, al Rey, al Papa, al mundo entero…, pero nunca a la lavandera. Esta ve todas las manchas que se tapan en el mundo, todos los jirones que se ocultan bajo la seda, todos los zurcidos que cubre la botina de raso, toda la laceria que borra el agua de Colonia, todos los remiendos que cobijan los entorchados, y todo el algodón que se recata con terciopelo.
El aseo de la ropa de mesa en la corte es naturalmente mayor que cuando faltaba el agua del Lozoya. Hoy se halla Madrid, en el punto de que trato, a la altura de los pueblos más aseados de Europa, exceptuando a Inglaterra, donde la limpieza es un culto. De cada cien manteles examinados al pie de los lavaderos, y cuyas marcas o cifras tengo anotadas con los nombres de sus dueños, para mi curiosidad y gobierno solamente, resulta que

15 van casi limpios,
33 ni limpios ni sucios,
40 sucios a carta cabal, y
12 porquísimos.

Claro es que únicamente me ocupo de manteles legítimos y no de los paños con que se cubren las mesillas pobres, porque los tales paños corresponden a otro género y especie. Esto sentado, diré que la docena de porquísimos de la última partida pertenece casi toda a estrechos pupilajes de aquellos

En que nunca tienes vaso
Brillante, alegre y festivo,
Sino triste y pesaroso,
Llorando a moco tendido;
Y donde el sonoro almirez
Vestido de verde fino,
Anuncia veneno a voces
Y pregona vomitivos…

En dichas casas, la ropa de mesa con sus manchas redobladas de huevo, café, vino y chocolate, se asemeja a mapas geológicos o a papeles jaspeados de clase ordinaria. Tenemos pues (y es mucho tener), que el cincuenta por ciento, o sea la mitad de los que en Madrid comen pan a manteles, los usan limpios y aseados. Coincide la decencia de la ropa de mesa con el consumo de los alimentos de alto precio, y concuerda asimismo con otro dato muy importante, que es el de las 75 u 80 pesetas que diariamente se invierten en los buenos adobes ingleses de Twrtet para limpiar cuchillos; porque así como no suelen armonizarse lo bien afeitado con la camisa sucia, ni la camisa limpia con barba de sesenta horas, tampoco se hermanan los cuchillos resplandecientes con el mantel sombrío, ni los cuchillos aplomados con un mantel blanco como la nieve".

Semana Santa (III)





















Penitente en la madrugada sevillana (2009)

jueves, abril 09, 2009

Iglesias, conventos y hospitales (I)

























El hospital del Amor de Dios de Medina Sidonia


En su testamento de 11 de abril de 1544, Alonso Picazo, vecino y regidor de la ciudad de Medina Sidonia, ordenaba que, a su muerte, las casas en las que tenía residencia se convirtiesen en un hospital e iglesia con título del Amor de Dios. En ésta sería sepultado su cuerpo. Ambos edificios estaban ya en uso en 1573, siendo el hospital el único de la ciudad que admitía mujeres. La administración correspondía al cura párroco de fábrica de Santa María la Mayor.
Entre los benefactores de la institución cabe contar al obispo de Cádiz don Antonio de la Plaza, quien -según el Vicario Martínez- hizo construir a finales del siglo XVIII “hermosas enfermerías para hombres y mujeres, y habitaciones cómodas para los sirvientes de ambos sexos”. Doña Beatriz Montes de Oca y Novela se preocupó de la rehabilitación de la iglesia cuando amenazaba ruina, siendo inaugurada la que hoy conocemos el 4 de diciembre de 1796. Su altar mayor acoge un hermoso Calvario. En esta época existió incluso una cofradía del Amor de Dios que contaba entre sus propósitos con la asistencia a los enfermos del hospital y del pueblo, a los encarcelados y a los sentenciados a muerte, para lo cual pedía limosna. En 1802 don Manuel Álvarez amplió los servicios que prestaba el hospital con la fundación de una casa para niños huérfanos en el entonces número 48 de la calle Álamo. En 1835 residían en ella ocho niños y once niñas; en 1836, cinco niños y trece niñas.
Sin embargo, tras las desamortizaciones del siglo XIX la situación del Amor de Dios era precaria. De hecho, sólo quedaban doce de las setenta y cuatro camas con las que había llegado a contar, y apenas podía mantenerse a los dos pobres que allí tenían albergue. El Marqués de los Francos, procurador en Cortes por el distrito de Medina, pudo rescatar los bienes de la institución en 1856, y en 1874 el padre Síñigo trasladó a la casa contigua la residencia para huérfanos pobres, que más adelante sólo acogería a niñas.
En 1902 se encomienda la atención del hospital y orfelinato a las Hermanas Terciarias Franciscanas del Rebaño de María, que sigue en la actualidad desarrollando un callado pero encomiable trabajo. Por Real Orden de 25 de septiembre de 1930, atendiendo a su origen y estatutos, el establecimiento era reconocido entre los de Beneficencia Particular. Desde 1950 el hospital pasó a ocuparse exclusivamente de la atención a los ancianos necesitados. La Casa de Huérfanas pervivió hasta 1968.
Recientemente se ha constituido la Fundación Alonso Picazo para seguir velando por el espíritu fundacional de la obra y asegurar la supervivencia de una institución patrimonio de todos los asidonenses.
Relataba Juan Fastenrath en su artículo "El padre de Fernán Caballero" (Cádiz. Artes, Letras, Ciencias, 30 de abril de 1880) que, en una visita que hizo en 1869 a Cecilia Böhl de Faber en Sevilla, la escritora, tan aficionada a recopilar coplillas, poemas y dichos populares andaluces, le comunicó lo que sigue: "En Medina Sidonia hay un hospital, tiene por nombre: "Amor de Dios". En un nicho a la puerta hay una linda efigie del Niño Dios, que tiene en la mano una demanda y al pie estos versos:

Cristiano, por ti encarné
en el seno de María,
Por ti en Belén un día
Cual tierno infante lloré,
Por ti en la cruz expiré
Burlado del judaísmo,
Por ti descendí al abismo;
Y, si ves que pido aquí,
no creas que es para mí,
Que pido para ti mismo."

Pocos de los asidonenses que se adentran en la callejuela del Hospital para venerar en su zaguán la imagen en lienzo que representa al milagroso Cristo de Humildad y Paciencia, popularmente denominado "Señor del Amor de Dios", reparan en la pequeña talla de este Niño Jesús que, apenas visible tras una tupida celosía, sigue ofreciendo su oración desde el mismo ventanuco que hace siglos.

miércoles, abril 08, 2009

Semana Santa (II)



Archicofradía de la Sangre de Cristo (Murcia, 2007)

Semana Santa (I)



Cofrades murcianos de Jesús Nazareno (2007)

José Emilio Pardo (III)



















Otro testimonio sobre la Guerra del Pacífico


El 16 de marzo de 1866 el teniente de la Numancia José Emilio Pardo copia en su Diario de Navegación una carta remitida al director de El Eco de Cádiz en la que refiere la peligrosa travesía de las fragatas Blanca y Numancia por el archipiélago de Chiloé en busca de la flota chilena que, evitando un encuentro con la española en mar abierto, se había refugiado allí aprovechando lo abrupto y laberíntico de sus costas. El oficial asidonense se detiene en la singular estratagema que empleó para apresar a los militares chilenos que navegaban camuflados a bordo del vapor Paquete Maule.

"Amigo mío:
El día 17 de febrero salimos juntos con la Blanca, experimentando tiempos contrarios y mares gruesas hasta llegar al sur de Chiloé. Navegando ya entre dicha isla y la costa patagónica, neblinas densas y pertinaces nos tenían días enteros sin saber dónde estábamos, y esto pasaba como a unas quince millas de la costa, con mareas fuertes y corrientes inciertas. Iban los buques “a la voz” uno de otro, pero sin vernos, y si en aquellas noches terribles y angustiosas hubiera oído España el himno de Bilbao que tocaba nuestra música, y al que contestaba la Blanca con vivas a nuestra patria, es seguro que el país entero hubiese dicho que no siguiéramos adelante.
Por fin, el 3 de marzo llegamos al lugar donde creíamos que estarían los buques; cruzamos sobre piedras, pasamos sobre escollos desconocidos, pero al fin llegamos. Viendo que no estaban, nos fuimos a fondear donde creímos más oportuno y, contando con que la marea bajaría de diez a quince pies, elegimos la isla de Tabón. Dejamos caer anclas, pero a la media hora notó la Blanca que el agua vaciaba con fuerza extraordinaria, levó y se vino junto a nosotros. A las cuatro horas el sitio en que el antedicho buque estuvo fondeado en diez brazas era un monte de piedra… ¡La marea había bajado ochenta y cuatro pies
! Los planos y derroteros no se ocupan mucho en describir estos parajes, pues suponen, y con razón, que nadie navegará por ellos. Supimos en Tabón por los naturales (que aún se creen súbditos de España) que el combate entre nuestras fragatas y la escuadra aliada fue fatal para ésta (…) Enderezamos a la bahía del famoso Arauco para hacer un desembarco en una isla que hay en ella y batirnos con soldados que suponíamos habría allí, y conocer a los descendientes del membrudo Caupolicán; pero el día 10, al estar alistándolo todo para saltar a tierra, vimos un vapor a lo lejos. La Blanca largó sus anclas y lo persiguió, al cabo de dos horas lo tuvo a una legua de distancia y le hizo disparos con cañones rayados. Paró entonces la máquina, y, reconocido, se tuvo por sospechoso, pues bajo la bandera inglesa conducía unos cien hombres. Al fondear cerca de la Numancia, fui yo el encargado de hacer un segundo reconocimiento con más detención. Llegué al buque y acto continuo, sin que precediese pregunta ni conversación alguna, mandé que todos los tripulantes formasen “a dos en fondo y alineasen por la derecha”, y como esto lo verificaran con la precisión y pericia de militares, los declaré prisioneros. Entonces un señor vestido de paisano, como el resto de la tropa, me dijo que él era un viajero pacífico, y que yo hollaba el pabellón británico con mi mandato, pues me debían ser conocidas las leyes y principios del derecho internacional, a lo cual respondile que yo respetaba las banderas amigas, si éstas se hacían respetar siendo neutrales; pero que, si faltaban a la neutralidad, nunca las respetaría; que, en cuanto a mis conocimientos, se reducían a saber un poco de ejercicio de cañón y a tener obediencia a mis jefes. Con esta respuesta, un tanto seca y fría, se entregaron prisioneros, y después se aclaró que iban allí un capitán de corbeta, tres tenientes de navío, diez marineros, una compañía de artilleros con su capitán, teniente y alférez, un contador, un sangrador y un maestre de víveres, o sea un total de 130 hombres de tropa chilena (…)
Como nuestra idea al desembarcar para batirnos era hacer prisioneros, nos dimos por contentos con los ya cogidos. Al día siguiente me comisionaron para ir mandando la lancha de la fragata y, en unión con la Blanca, ir a Lota para ver si apresábamos algún carbón. Llegamos al puerto; la Blanca se quedó a distancia, y yo fui al fondeadero con mi lanchita; cayeron dos pájaros, como dicen en nuestra tierra, el uno con 700 y el otro con 400 toneladas de carbón, cuyas 1100 apresé en seguida. Comuniquelo a Topete
[1], y éste aprobó. Volví, levaron anclas, y a remolque vinieron a la popa de la Blanca (…)"

[1] Juan Bautista Topete, comandante de la Blanca.

lunes, abril 06, 2009

José Emilio Pardo (II)


















José Emilio Pardo, teniente de la fragata Numancia, narra el encuentro con los indios de la Patagonia (1865)

 
"El día 14 a las tres de la tarde, hallándonos ocupados en una faena de mar, vimos humo en la playa, y poco después cinco salvajes armados de arcos que nos daban grandes voces y que agitaban por el aire sus escasos vestidos. No nos fue posible comunicar con ellos por la ocupación en que nos hallábamos. Al día siguiente a las ocho de la mañana se presentaron hasta diez y, después de hacer fogatas, empezaron a gritar; enseguida se embarcaron cinco en una piragua y se dirigieron a bordo. Yo salí a su encuentro en un bote, pero ellos se volvieron a tierra siempre voceando y haciéndome señas de que desembarcara; mas como para hacerlo había que cruzar la barra de un río que yo no conocía, y además no llevábamos armas, y ellos tenían las suyas, les hice seña de que no podía pasar con el bote, les enseñé un pañuelo blanco y me volví a la fragata. Entonces me siguieron y atracaron a nuestro barco con muestras de tener miedo. Se les dio tabaco, aguardiente y una chaqueta, con lo cual se tranquilizaron, y como suspensos y embobados subieron tres a la Numancia.
Son estos patagones de mediana estatura, pero bien hechos, y tienen el tipo de los indios de Méjico y Yucatán; color cobrizo y cabello largo. En este clima, el más riguroso del mundo, andan completamente desnudos y sólo se cubren con una piel de guanaco, que es semejante a la del venado pero más fina y muy bien adobada. Las armas que traían eran la honda, flecha con punta de piedra y lanza con punta de hueso arponada, sujetas por tiras de cuero. Su piragua era de corcho y pieles, y en el fondo una pequeña hoguera rodeada de tierra y hierbas para no incendiar la embarcación.

Ya a bordo tomaban todo lo que se les daba, y al que parecía jefe de ellos, que traía la cara pintada de rojo, me ocurrió ponerle unos pantalones, una levita y un sombrero de copa alta. Su alegría fue extraordinaria, y los dos compañeros mostraron tanta pena que tuvimos necesidad de equiparlos del mismo modo (…) Les toqué la flauta y se pusieron a bailar; uno de ellos golpeó un armonium con el dedo, y cuando le dimos viento y sonó, se alegró tanto que no quería levantar la mano del instrumento. Costó gran porfía que entrasen en la cámara del comandante, pues indicaban que allí los iban a matar; al fin entraron y se serenaron, se miraron al espejo, y al hallarse con la ridícula vestimenta de la levita, uno de ellos estuvo largo rato contemplándose, luego extendió las manos hacia su imagen y pronunció un largo discurso, sobre cuya doctrina, como usted comprenderá, nos quedamos todos en ayunas (...)"


(Extraído de su Diario de Navegación, 3 de mayo de 1865)

domingo, abril 05, 2009

José Emilio Pardo (I)


















Homenaje a los vencedores del Callao. Grabado publicado en El Museo Universal (8 de julio de 1866)

El marino asidonense José Emilio Pardo de Figueroa relata el bombardeo del puerto del Callao (2 de mayo de 1866)

"Alzado el bloqueo de Valparaíso el 14 de abril, se dirigió la Numancia a Lima con toda la escuadra, y llegó a su puerto del Callao el 25.

El almirante español no rompió el fuego sobre la plaza, como podía haberlo hecho, sino que dio algunos días de término, pasados los cuales llegó el 2 de mayo de 1866 y se dio el combate del Callao. No es para artículo de periódico el describir aquel hecho de armas, y concretándonos a la Numancia sola, baste decir que fue la primera que rompió el fuego y la que al principio de la acción resistió el de todas las baterías peruanas que montaban cañones de los calibres más gruesos conocidos. Méndez Núñez, embarcado en ella, dirigía el combate; sereno, tranquilo e impertérrito, aproximó su buque hasta vararlo frente a las baterías; las máquinas infernales que el enemigo había sembrado por el fondo, quedaron destruidas por la hélice de la Numancia.

Cayó Méndez Núñez al recibir nueve heridas; y sin noticiar tamaña desgracia a la escuadra, siguió el combate dirigido por el mayor general don Miguel Lobo y por el comandante de la Numancia, don Juan Antequera. A las cinco horas de fuego ya no contestaban las baterías enemigas. Noticiose esto al almirante, el cual dijo al oficial comisionado para ello:

– ¿Están los muchachos contentos?

– Sí, señor –contestó el oficial–, todos estamos contentos.

Y Méndez Núñez añadió:

– Ahora sólo falta que en España queden satisfechos de que hemos cumplido con nuestro deber. Diga usted a Antequera que cese el fuego, que suba la gente a las jarcias y que se den los tres vivas de ordenanza antes de retirarnos.

Así se hizo, y la Numancia se retiró de las baterías enemigas después de batirlas desde el mediodía hasta las cinco de la tarde".

 
(Extracto del artículo "La fragata blindada Numancia", El País, 20 de abril de 1870)
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...